miércoles, 29 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 46

Subió las escaleras entre Sofía y Pedro como si fuera un preso escoltado. El bar del cine estaba decorado exquisitamente y había una mesa libre para tres en un rincón. El bufet estaba lleno de tartas tentadoras, pero cuando fue el camarero Paula pidió:

–Un té de hierbas, por favor.

–¿No vas a tomar ninguna tarta?

–No puedo aumentar más de un kilo y medio más.

–Puedes comer un trocito de mi pastel, si quieres –dijo Sofía, y en cuanto pidió Pedro, se levantó.

–Voy al servicio. Enseguida vuelvo. No te comas toda mi tarta.

En cuanto Sofía se alejó, Pedro le dijo:

–Te llamé en cuanto llegué. ¿Quieres venir a cenar conmigo mañana por la noche?

Sin sonreír Paula le dijo:

 –Pareces distinto.

 –Me siento distinto. Paula, ¿Cómo estás, de verdad?

 –El trato era que tú vivieras en Toronto.

 –No puedo hacer eso ya –dijo él–. No sería capaz de mirarme al espejo sin avergonzarme, en ese caso.

–Entonces, ¿Qué estás haciendo aquí, Pedro?

–Te estoy invitando a cenar.

–¡No me refiero a eso!

–Paula, hace un momento te he preguntado cómo estabas.

–Cansada, saludable. Y no puedo pintarme las uñas de los pies ya, porque no llego.

Y luego se dijo también que se despertaba a las tres de la madrugada, que muchas veces se sentía atemorizada, y muy sola. «Pero no voy a contártelo, no señor», pensó.

–Te estás saliendo del trato.

–Sí. En lo que a mí respecta, terminó. No tiene sentido. Es inútil.

–La respuesta es no, no voy a cenar contigo mañana por la noche.

–¿Te asusta?

 –Cuido mis intereses.

La estrategia de Pedro no parecía funcionar.

–El bebé es un interés nuestro, tuyo y mío, y el camarero viene a traerte el té, te lo advierto por si quieres mandarme a paseo.

Paula se apretó las manos, como si estuviera a punto de estallar, y se quedó muda. Entonces apareció de nuevo Sofía, y miró la cara sonrojada de Paula.

–¿Has visto Rob Roy, Pedro?  ¿Te ha gustado? –preguntó Sofía.

–Sofía, déjame que te haga una pregunta, y luego hablaré de todas las películas que visto en los últimos ocho meses. ¿Sabes que yo soy el padre del hijo de Paula?

–Sí. Rafa me lo dijo en septiembre.


Entre dientes Paula preguntó:

–¿Vas a anunciar la paternidad de mi hijo a todos los ciudadanos de la ciudad?

–No, sólo a los que me interesan.

–¿A tu madre? –preguntó Paula con ganas de saltarle ala yugular.

–Todavía no lo he decidido.

 –Entonces, piénsatelo bien –contestó. Y luego dijo, jugando con el limón del té–. Aquí el tiempo ha estado cálido últimamente, ¿Cómo está el tiempo en Toronto?

–¡No he hecho semejante viaje para hablar del tiempo!

–Bueno, hoy he sabido una cosa, Pau, que no eres indiferente a Pedro–interfirió Soía–. Y no me extraña. Nunca has sido calculadora ni has tenido sangre fría.

–No, eso se lo dejo a él –dijo Paula.

–¡Maldita sea! –exclamó Pedro.

 –Vas a ver una película, me encuentras por casualidad, y entonces haces como si no hubiera pasado nada, y continúas con lo que estábamos la última vez, cuando te fuiste diciendo un adiós para siempre. Perdóname, si no me convences.

Visto de ese modo, no era muy convincente, pensó Pedro. ¡Pero cómo podía explicarle la escena de Abril con su osito de peluche, o la de la pareja en el meto de Toronto?

No hay comentarios:

Publicar un comentario