miércoles, 15 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 19

–¿Tienes una maquinilla de afeitar? –preguntó él.

–Está diseñada para mis piernas, no para tu barba–ella extrajo su pequeña depiladora de un armario.

Él se rió, y le dio un beso en la nariz, en la mejilla y en los labios. Entonces le abrió la bata para verla.

–Pedro...

–Eres tan hermosa... –dijo él, y se acercó.

Ella sintió la humedad de su pelo en la piel de sus pechos, y se estremeció. Luego él la miró.

–¿A qué hora terminas de trabajar hoy?

–Hacia las seis, más o menos.

–Te llevaré a cenar –luego agregó–: Paula, ¿Cómo te sentirías si me viniese a tu casa en lugar de seguir en el hotel?

La inseguridad en la mirada de Pedro la conmovió.

 –Me gustaría –dijo ella.

–¿Ya habías pensado en ello?

–Sí. Pero no me hubiera atrevido a pedírtelo.

La sonrisa de Pedro se borró.

–Paula, no debes echarte atrás cuando estés decidida a algo. No sé qué se esconde detrás de tu temor, sólo sé que tiene que ver con Pablo. Sé que has sido muy valiente anoche, y que has vencido tus temores finalmente.

–Vas a hacerme llorar nuevamente –murmuró ella.

Pedro tiró de ella hacia él, y sin decir nada la besó. Ella sentía todo el cuerpo de él a lo largo del suyo. Y supo que volverían a hacer el amor

–Podemos encontramos aquí antes de cenar –susurró Paula.

–¿Para un aperitivo?

 –Me encantan...

–Hecho –dijo él, y le dió una palmada en el trasero, y la empujó hacia la ducha. Será mejor que te apartes de mí, o ya sabes en qué terminará esto...

–¿En una ducha fría? –dijo ella.

–Sabes perfectamente que eso no es lo que tengo en mente.

 –Me encanta cuando te ríes –dijo ella con sinceridad–. ¿Me equivoco al pensar que no ha habido demasiada risa en tu vida últimamente?

–No te equivocas, no. Dúchate, Paula.

 Algo en el gesto de Pedro hizo que ella no preguntase más. Ella se puso un gorro de ducha y se metió debajo del agua. Cuando salió de la ducha Pedro ya se había afeitado y vestido con sus vaqueros, e intentaba peinar su pelo grueso. Ella se quitó el gorro de la ducha y extendió una mano para llegar a una toalla. «Es todo tan cotidiano... Como si estuviéramos casados», pensó ella. «No es como yo pensaba».

-¿Qué ocurre? –preguntó Pedro.

–¡Nada! Yo... Bueno, me parece mentira que hace dos semanas ni siquiera te conociera.

–Se trata de Einstein y la relatividad del tiempo –dijo él secamente.

Ella pareció asustada otra vez. Él fue hacia ella, le levantó el pelo y la besó apasionadamente. Luego se apartó.

–¿Qué tiene que ver ese beso con dejarme embarazada?

Pedro dió un paso atrás. Sintió como si ella le hubiera dado un bofetón. No podía pensar en nada. Ella se dió cuenta de que había hecho mal en decir eso, y se arrepintió.

–Lo siento... ¡No debí decir eso!

–Se nos va a hacer tarde, Paula. Será mejor que nos vayamos de aquí –la mirada de Pedro parecía tener algo en el fondo que ella no era capaz de descifrar.

–Hay café en la cocina –musitó ella–. Pedro, lo siento.

–Te veré abajo.

No más besos, eso es lo que él quería decir, se dijo Paula. Ella se vistió de prisa. Temía que él se fuera sin decir adiós. Al entrar en la cocina lo vió llevar la taza al fregadero.

–Exquisito café... –le dijo él, sonriendo de forma impersonal– Reservaré una mesa para las siete, y te recogeré a las siete menos cuarto. ¿Qué te parece?

O sea que no iban a hacer el amor antes de cenar. Ella contestó con frialdad:

 –No me gustan las decisiones unilaterales, cuando afectan a dos personas.

–Pero tú has tomado una decisión mucho más importante unilateralmente, Paula. Tú quieres que yo desaparezca de tu vida después de este fin de semana. ¿O te has olvidado de ello? –entonces, agitando las llaves de su coche, pasó delante de ella, recogió la chaqueta y fue a la puerta de entrada.

Cuando la abrió, ella dijo de malos modos:

–Estoy tan enfadada contigo que podría escupirte...

Él alzó una ceja y le dijo:

–No creo que tus padres, si eran tan estrictos como dices, hubieran aprobado ese modo de despedirte de tu amante.

–Llevan muertos muchos años, y se habrían escandalizado tanto de que tuviera un amante, que el escupir sería irrelevante comparado con eso.

–Echas fuego por los ojos –dijo Pedro, jocoso.

–Y a la vez estoy tan agradecida a tí por lo de anoche –agregó ella deliberadamente–. Muchas gracias, de verdad.

Vestida con sus pantalones color beige y su pelo recogido parecía otra mujer que la que había estado junto a él en la cama. A él le había dado mucha rabia su comentario acerca del beso y el embarazo, por una sencilla razón. Porque tenía razón. Porque dudaba mucho de que todo lo que había hecho en las últimas doce horas tuviera algo que ver con dejarla embarazada. El asunto había ido mucho más lejos. Era mucho más profundo. No era parte del plan.

–Te veré esta noche –dijo él, y cerró la puerta.

Paula se quedó en medio del salón. Las cenizas de la chimenea estaban frías y grises. El fuego de la chimenea se había apagado sin lugar a dudas. ¿Pero cómo haría para apagar el fuego que había surgido entre ella y Slade?

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