lunes, 27 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 43

Sabrina, la esposa italiana de Matías, cuyo nombre no tenía relación alguna con su carácter, le caía muy bien a Pedro.

–Se llama Paula. Vive en Halifax, y está embarazada de seis meses.

–¿De tí? –Matías dejó caer la raqueta y abrió la boca.

 –Sí, de mí.

–Esa sí que es la vida... –dijo Matías.

–Quiere ser madre soltera. Es una mujer muy hermosa en todo sentido. Realmente me ha vuelto loco hasta que la semana pasada decidí cortar por lo sano.

–No puedes hacer eso. Es inmoral.

–No quiere casarse conmigo –exclamó irritado Pedro–. El acoso tampoco es moral.

–Tal vez no estaría mal que fuera a Halifax y tratara de hacerla entrar en razón –dijo Matías con brillo en los ojos–. ¿Mi mejor amigo no es lo suficientemente bueno para ella? ¡Uh!

–Si haces eso, no vuelvo a jugar al squash contigo –contestó Pedro.

–Entonces será mejor que vayas tú cuanto antes para hacerla cambiar de opinión. El tiempo pasa muy deprisa, y te quedan sólo tres meses para hacer cambiar de parecer a esa mujer liberal.

–¡No la llames así!

Matías se agachó a recoger la raqueta, y tiró la pelota con gracia. Pedro la alcanzó en dos pasos.

–Mi servicio –se rió con picardía Pedro.

–¿Niño o niña?

–Niño –y se dió cuenta de la emoción en su voz.

–¿Está enamorada de otro? ¿Te tiene manía?

–Está divorciada. No habla mucho de su marido, pero me imagino que si algún vez lo tuviera cerca, le daría un puñetazo, y luego le preguntaría unas cuantas cosas –no iba a contarle ni a Matías cómo había llorado Paula en sus brazos la primera vez que habían hecho el amor.

–Humm... ¿Quieres que tu hijo nazca ilegítimamente?

 –No particularmente. Pero hicimos un trato la primavera pasada.

 –Negócialo. Comprométete. Cortéjala con vino y rosas. Sedúcela en la cama. Pero no te alejes de ella simplemente. Te vas a arrepentir el resto de tu vida.

–Tengo que pensarlo, Mati.

–No, amigo mío, no lo pienses. Piensas mucho. Tienes que actuar – Matías giró la raqueta en el aire–. Tu servicio.

Matías ganó el juego con ventaja, y Pedro sabía que le había faltado concentración. Se duchó, y volvió al trabajo bajo el sol cálido de septiembre.

La vida siguió. Y Matías tenía razón. La vida con su trabajo y su rutina no era la verdadera vida. No podía discutir con nadie como con Paula , y tampoco nadie lo hacía reír como ella, ni nadie lo excitaba tanto. Nadie había tocado su corazón como ella, pensaba una noche del mes de octubre, al llegar a su piso vacío. ¿Qué estaría haciendo en ese momento? ¿Lo echaría de menos? ¿O seguiría con su empresa tranquilamente sin acordarse de él? En la vida de Paula había espacio para su hijo, no para él. Podría haberla llamado, pero no lo hizo. En cambio comenzó a visitar a Matías y a Sabrina. A jugar con sus hijos los fines de semana, algo nuevo para él. Por momentos se le hacía doloroso, porque Abril acababa de cumplir tres años. Pero a medida que iba pasando el tiempo, se encontró buscando piezas para los juguetes de Nahuel, y comprando juguetes para los niños.

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