viernes, 10 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 10

–Sí, tienes derecho. Pero me gustaría saberlo.

Paula miró dentro de la copa.

 –No soy tan joven. Tengo treinta y un años, cumplidos en octubre. Hace tiempo que quiero tener un niño. Siempre he sabido que ser madre me llenaría la vida, más que mi trabajo, por supuesto. Pero no estaría aquí sentada teniendo esta conversación de no ser porque mi amiga Sue ha tenido un niño la semana pasada. Pedro, me he alegrado por ella, sinceramente. Es mi mejor amiga. Y un bebé sano es un milagro de la naturaleza... –unas lágrimas pujaron por salí.

Pedro estuvo tentado de tomarle la mano. Ella siguió hablando en el mismo tono:

–Pero la envidiaba también. ¡Y la envidia es un sentimiento muy horrible!

–Eres una mujer joven, encantadora, y brillante... Cásate con alguien, y ten montones de hijos –le dijo él amablemente, como si se le hubiera pasado el enfado anterior. Y esa vez se atrevió a extender la mano y tomársela.

La piel de Paula era suave, sus huesos, paradójicamente, fuertes y delicados a la vez. «No quiero que se case con otro», pensó Pedro. Pero no comprendía por qué, si él no tenía intención de casarse con ella.

Paula tenía ganas de llorar. La suavidad de Pedro le había tocado una fibra sensible.

–¡No quiero casarme, Pedro! – liberó su mano–. Siento haber planteado esto. Ha sido una estupidez. ¿Podríamos cambiar de tema, por favor?

Parecía triste. Y él le hubiera hecho muchas preguntas, pero, ¿Para qué? Era hora de cambiar de tema. Ella tenía razón.

–Puedes probar mi crema de chocolate, si quieres. Pero una cucharada, nada más.

Con una sonrisa cansada, contestó ella:

–¡Tú puedes regalar otras cosas, pero crema de chocolate, no! ¿No es así?

–Un hombre tiene que tener sus límites –y le ofreció una cucharada.

Paula se echó hacia adelante, y saboreó la crema, dejando la cucharilla limpia.

–¡Está exquisito! –dijo solemnemente, cerrando los ojos.

Se le estaba soltando el pelo, y sobre las orejas le caían hebras sedosas. «Aún te deseo», pensó Pedro. «Nada de lo que has dicho ha cambiado eso. Te deseo tanto...» « Y qué puedo hacer con eso?», se dijo. Paula abrió los ojos, y le sonrió, y dijo con voz trémula.

–¿Quieres probar la tarta de limón?

–No, gracias –dijo Pedro cortante–. Paula, yo tampoco deseo implicarme en una relación contigo.

 –Entonces no nos implicaremos. Es muy simple.

Pero él no estaba seguro de que así fuera, tratándose de Paula Chaves, al menos de su parte.

–Tienes treinta y un años, y tienes la empresa desde hace cinco años. ¿Qué has hecho antes de eso, Paula?

Ella dió un mordisco a la tarta antes de contestar.

–Está deliciosa... –y por su mente pasó su vida profesional como en una película. Era un modo de no decir nada. Hablar de ello no suponía ningún riesgo, y además evitaría el momento de intimidad que se avecinaba.

–Hice un curso de administración de empresas, y trabajé en una agencia de viajes, cuando tenía unos diecinueve años –cuando había conocido a Pablo–. Luego me empecé a especializar en viajes para mujeres solas; di con un mercado nuevo que me llevó más tarde a dirigir la agencia, y finalmente compré la agencia. Me hice cargo de ella durante tres años. Al principio era un trabajo muy agradable y creativo. Visité muchos lugares interesantes y exóticos. Pero con el tiempo me di cuenta de que me pasaba la mayor parte del día mirando la pantalla del ordenador, y tratando con contables –se rió pícaramente–. Así que la vendí, siendo un negocio muy rentable, por cierto.

–No eres un tipo de persona para estar en una oficina.

–No, en absoluto –y comió otro bocado de tarta–. Ese verano trabajé como naturalista en un enclave turístico en la costa oeste. Allí, me dí cuenta de que la belleza de lo natural es incomparable. Son las ciudades las que necesitan ayuda. Y mucha. Así que hice un curso de diseño en horticultura y puse mi propia empresa en la costa este –eso era todo lo que podía acercarse al tema de Pablo–. Llevó un tiempo que me conocieran, pero ahora parece que la cosa está encaminada.

–¿Entonces, qué vas a hacer después?

 Ella se rió.

–Tengo interés en ocuparme de los suministros de bulbos y árboles, los que puedan adaptarse a nuestro clima. Muchos de los catálogos son de la costa oeste, y del cordón frutal de Ontario. La zona del Atlántico se ha descuidado mucho. Me gustaría dedicarme a ese tema.

–Estoy seguro de que te irá bien si lo haces... ¿Quieres más café? ¿O una copa?

–No, gracias. Creo que ya es hora de volver a casa. Tengo una entrevista a las ocho y media mañana. Pidamos la cuenta, y la pagamos a medias, ¿Te parece?

–¿Por qué no? ¿Compartiremos el taxi también?

–He traído la camioneta. El asiento del copiloto está un poco sucio. Tuve que llevar a analizar unas muestras de tierra. Lo siento.

No lo sentía realmente, pensó Paula. Ya era bastante con que le hubiera pedido que fuera el padre de su hijo, para coronar la noche invitándolo a subir a su coche. Cuanto antes se deshiciera de él, mejor.

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