lunes, 20 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 29

–Debe ser por llevar peso y jugar al squash. En teoría no es bueno para la lujuria.

-¿Quieres decir que no ha estado bien? –preguntó ella abriendo grandes los ojos.

–¿Y tú qué crees?

 Ella se ruborizó. Luego bostezó y dijo:

 –Otra cosa que me ocurre, es que me quedo dormida en cualquier sitio...

–Entonces, tal vez debiéramos meternos debajo de las mantas, en lugar de encima de ellas...

En pocos minutos, Paula se quedó dormida en sus brazos. La felicidad, decidió él, era tener la mano de ela sobre su pecho, la mejilla hundida en su hombro. Pedro se despertó una hora más tarde con el sonido del teléfono de la mesilla. Paula se sentó, se frotó los ojos, y descolgó.

–Hola. ¡Ah! Fran, ¿Qué pasa? ¿Que qué? Son unos idiotas. No tienen sentido común. De acuerdo. Estaré allí en quince minutos.

–Han dejado un pedido especial para Ontario toda la tarde bajo el sol. Voy a tener que ir a ayudar a Francisco... ¡Maldito sea! ¿Dónde está mi otro calcetín?

–Yo también puedo ayudar... –dijo él mirándola mientras ella se ponía los pantalones cortos.

Ella no quería que Francisco y Pedro estuvieran juntos. Francisco  pensaba que el padre de su hijo debía implicarse... Se puso la camisa, las zapatillas, y se levantó. Las sábanas estaban alrededor de las caderas de Slade. A ella le encantaba su cuerpo viril.


–¿Cómo es que tú y yo hemos acabado en la cama? –preguntó ella.

–Porque hemos querido.

–No debió ocurrir. No está en el plan.

 –Paula, si estás asustada o confundida o enfadada, dilo. Pero no digas eso de una experiencia que fue... –él buscaba las palabras.

Ella lo ayudó:

 –Elemental –dijo con la boca pequeña.

 Se miraron profundamente. Era evidente que Pedro estaba molesto por el comentario.

–Será mejor que vayas a atender tus negocios, o se te van a secar las plantas.

–Cuando me levanté esta mañana, no pensé que pudiera ocurrir algo así.

Y pensó que lo volvería a hacer, una y otra vez, para ser sincera consigo misma. Ella, que tanto había odiado acostarse con Pablo.

–Pedro, tengo que irme, ¿Puedes cerrar la puerta de un portazo, por favor?

–Claro. No te preocupes. Y cuídate.

Ninguno de los dos dijo nada sobre volverse a ver. Pero cuando Paulavolvió esa noche, encontró en la ventana una bolsa de papel marrón con un frasco de pepinillos dentro.

«Llevo al nieto de esa mujer», las palabras de Paula resonaban en la cabeza de Pedro, mientras cenaba y paseaba esa noche con su madre, a quien tanto quería. ¡El nieto que su madre tanto deseaba!

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