viernes, 10 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 9

Paula alzó la copa para que Pedro se la llenase. La luz de la vela le iluminaba el rostro tenso. Se sentía orgullosa de que por lo menos no le temblase el pulso.

–Quiero tener un hijo –dijo ella–. Y quisiera que fueses el padre. Pero no quiero casarme ni vivir contigo, ni verte después de que me quede embarazada.

Hubo un silencio tenso, durante el cual Paula deseó haberse guardado sus palabras.

–¡No! –exclamó Pedro, angustiado.

Ella miró el borde de la copa. Luego las manchas de vino en el mantel. Parecía sangre. Alzó la vista. El seguía con gesto de tristeza, como si le hubieran hurgado en una antigua herida sin cicatrizar.

–Pedro, lo siento.

Pedro cerró los ojos. Sabía que había mostrado algo que debía seguir oculto. Después de embeber una gota de vino con la servilleta, hizo un esfuerzo por hablar, y dijo:

–Me has tomado por sorpresa, nada más.

–¡Venga! ¡No hace falta que me digas lo que te ha ocurrido! Pero no finjas que no ha sido nada. No soy ciega ni sorda.

–No es asunto tuyo, Paula–dijo él con dureza.

–Te apuesto a que no te suelen tomar por sorpresa las mujeres, pedro.

–Encuentras un hombre que te dona un parque, y tú además quieres que te haga un niño mientras tanto...

 –No hace falta que seas tan crudo.

–Tú me fuerzas.

–¡Te dije que era una idea ridícula!

–¡No me parece un calificativo adecuado! Y la respuesta es no, si todavía la estás esperando.

–De acuerdo, la respuesta es no, así que olvidémonos del asunto. ¿Por qué no pides una crema de chocolate? Así yo podría probarla también.

–¿Tiras una bomba como ésa, y luego pretendes que nos pongamos a hablar de postres? –dijo él, irritado.

–Ya me has dado tu respuesta. ¡No hay nada más que discutir!

–Eso es lo que tú piensas –dijo él.

Pedro se había dejado llevar por una vieja herida, sin duda. Pero ahora se daba cuenta de que se le mezclaban emociones del presente.

–Si no quieres nada conmigo después, ¿Por qué te interesa saber si estoy casado o no?

Ahí era donde él sentía herida su autoestima. En el modo en que estaba dispuesta a olvidarse de él después de obtenido su botín.

–¡Oh! Eso no sería ético. Me refiero a engañar a otra mujer, digo.

–¿Y traer un hijo al mundo, sin padre, es ético?

–No quiero seguir hablando de esto. Creo que te lo he dejado claro, ¿No?

–Vamos a hablar de ello. Quieras o no –Pedro jugó con el tenedor en el mantel–. ¿A cuántos otros hombres se lo has pedido?

–¡A ninguno! Él se lo creyó, sin saber por qué.

–¿Y por qué, yo? ¿Por qué no se lo pides a tu compañero de squash? Seguramente lo conocerás mucho más que a mí.

–¿Te refieres a Juan? ¿Cómo es que conoces a Juan? –ella frunció el ceño.

–Voy a jugar cada tanto al club del que tú eres socia.

A Paula no le gustó eso. Sonrió y le dijo:

–Bueno, no puedo pedírselo. Su novia no estaría de acuerdo.

 –¡Oh! ¿Y por qué yo? Debes conocer a muchos hombres.

–Todos viven en Halifax. No quiero tener nada que ver con ellos luego. Tú eres de Toronto. Aunque originalmente hayas nacido en Vancouver – evitó mirarlo a los ojos–. Eres guapo saludable, inteligente, tienes buenos genes, en definitiva. No vives aquí. Eso es importante para mí. Eres un hombre de principios, y vives de acuerdo a ellos. Y además, eso lo acabo de descubrir en la pista de baile, no eres indiferente hacia mí.

–¿Por qué, a pesar de todos tus halagos, me siento insultado? ¡No soy un semental, por el amor de Dios!

–Esta discusión es una pérdida de tiempo. Ya has dicho que no. ¿Recuerdas? –le hizo señas al camarero y le dijo–: Tomaré una tarta de limón y café, por favor.

–Crema de chocolate y café, para mí –dijo Pedro–. Tengo cierta curiosidad. Eres muy joven, ¿Por qué sientes esta necesidad imperiosa de procrear?

–Probablemente tenga que ver con mi profesión. Hago crecer las plantas, las semillas. Me rodeo de pájaros, abejas, todo un mundo de vida en primavera. La fertilidad, la fecundidad, en otras palabras.

–Muy astuta. Pero dime, ¿Cuál es la verdadera razón?

 –Podría decirte que no es asunto tuyo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario