lunes, 6 de noviembre de 2017

Enemigos: Capítulo 67

Durante un instante no se escuchó nada más que la agitada respiración de Pedro  y el suave chocar de las olas contra la madera de la cabaña.

–¿Me amas? Pero... te obligué a casarte conmigo –murmuró con tono dubitativo–. ¿No estás diciendo esto por el bien de Baltazar?

–Ojalá fuera así, porque entonces no resultaría tan duro.

–¿Por qué es duro?

–Porque es duro amar a alguien que no te ama.

Pedro maldijo entre dientes y le sostuvo el rostro entre las manos.

–¿Crees que no te amo? ¿No has visto cómo me he volcado estas últimas semanas en complacerte?

–Sí. Te has esforzado mucho, y eso ha sido lo más doloroso.

–Eso no tiene ningún sentido –gruñó Pedro con impaciencia.

–No te salía de forma natural. Lo has hecho por Balta.

Pedro dejó caer los brazos a los costados y se la quedó mirando fijamente.

–Está claro que no nos hemos entendido. No tenía ni idea de que me amaras. Y está claro que tú no sabes cuánto te amo yo.

Paula se le quedó mirando y el corazón se le puso al galope. La esperanza renació cuando Pedro le pasó las manos por el pelo y le tomó la boca en un beso lento y erótico.

–¿Cómo has podido pensar que quería divorciarme? –murmuró él apartando la boca de la suya a regañadientes.

–Dejamos de tener relaciones sexuales.

–Me dí cuenta de que te obligué a casarte conmigo. Y luego hiciste aquellos comentarios sobre que era insaciable...

–Me gusta que seas insaciable –murmuró Paula–. Cuando dejaste de serlo dí por hecho que te habías aburrido de mí, así que escogí un vestido especialmente sexy anoche. Pero tú ni siquiera me miraste.

–¿Y por qué crees que no lo hice? Soy un hombre muy disciplinado en muchos aspectos, pero he descubierto que en lo que a tí se refiere no me puedo controlar –afirmó con tono descarnado–. Me prometí a mí mismo que no haría el primer movimiento. Que iba a dejar que tú vinieras a mí. Pero no lo hiciste.

–Creí que no me deseabas.

Pedro gimió y la atrajo hacia sí.

–Los dos hemos sido unos estúpidos. Vamos a empezar de nuevo ahora mismo.

Paula cerró los ojos durante un instante. Se sentía tan aliviada que no podía hablar.

–¿De verdad me amas? ¿Esto no tiene nada que ver con Balta?

–No –murmuró Pedro contra su boca–. Tiene que ver contigo y conmigo,pero lo he hecho todo mal y ahora no consigo que me creas. Te amo, Paula. Y aunque no estuviera Balta te seguiría amando.

–Si no estuviera Balta, no nos habríamos vuelto a encontrar.

–Claro que sí –Pedro levantó la mano y le acarició la barbilla con un dedo–.Ni siquiera sabía que existía Balta cuando volví. La química entre nosotros es tan poderosa que habríamos terminado juntos tarde o temprano y tú lo sabes –pasó por delante de ella y agarró la caja que estaba en el centro de la mesa.

–¿Qué es eso? –jadeó Paula.

Pedro la abrió.Ella se mareó al ver el tamaño del diamante.

–Ya te has declarado, Pedro. Nos hemos casado. Tengo el anillo.

–Lo que tienes es una alianza de boda. Y, si no recuerdo mal, te obligué a casarte conmigo. Ahora te estoy pidiendo que sigas casada conmigo. Siempre.Pase lo que pase en la vida, quiero tenerte a mi lado –aspiró con fuerza el aire–.Dime la verdad, ¿Quieres que te deje ir?

Paula sintió una oleada de calor que disipó todas sus dudas.

–Nunca. Saber lo comprometido que estás con la familia me hace sentir segura –admitió–. Sé que pase lo que pase lo superaremos.

–Te amo con toda mi alma –jadeó él–. Y siento haber metido tanto la pata –le puso el anillo en el dedo, por encima de la banda de oro que le había dado eldía de la boda.

Paula se quedó mirando maravillada el gigantesco diamante.

–Tendré que llevar seguridad las veinticuatro horas del día.

–Teniendo en cuenta que no pienso apartarme de tu lado, eso no supondrá ningún problema. Yo seré tu guardia de seguridad personal.

Abrumada, Paula le rodeó con sus brazos.

–No puedo creer que me ames.

–¿Por qué? Eres la mujer más fuerte y generosa que he conocido en m ivida. No puedo ni imaginar lo que debió de ser para tí descubrir que estabas embarazada en un momento en el que todo tu mundo se estaba viniendo abajo. Si pudiera volver atrás en el tiempo, lo haría y nunca te dejaría sola.

–Hiciste lo correcto –dijo suavemente mirando otra vez el anillo–. Si hubieras regresado aquella noche, solo habría servido para angustiar más a mi abuelo. Fuiste muy sensato.

–Pero significó que estuvieras sola. No te culpo por no haberme contado lo de Baltazar. Tu infancia fue muy  distinta a la mía y sin embargo no repetiste el mismo patrón –le deslizó los dedos por el pelo–. Cuando me dijiste que le habías prohibido a tu abuelo hablar mal de los Alfonso no me lo podía creer.

–Aunque para él fue un shock enterarse de que estaba embarazada, creo que le dió una razón para vivir.

–Te casaste conmigo creyendo que no te amaba. Eso debió de ser muy duro para tí –la apartó de sí.

Paula se sonrojó.

–Puede que un poco. ¿Sabes lo más extraño de todo? Siempre había querido ser una Alfonso. Toda mi vida he deseado formar parte de tu familia.

–Ya eres uno de los nuestros –le sostuvo la cara con las manos y le brillaron los ojos–. Y una vez que estás en la familia, lo estás para siempre.

Paula sonrió y le rodeó el cuello con los brazos.

–Cuando te casas con un Alfonso...–... te casas para siempre –Pedro inclinó la cabeza y la besó.



FIN

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