lunes, 13 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 15

–Es una bonita cocina –dijo él afectuosamente, mirando los muebles de madera, el suelo de baldosas, la mesa de pino–. No he encontrado las cerillas, Paula.

–Están debajo del fregadero –murmuró ella.

Pero en el momento en que ella se agachó, él se agachó también. Sus caras se encontraron. Estaban tan cerca que ella podía ver la pequeña herida que él se había hecho al afeitarse el mentón. Se le aflojaron las piernas, y no pudo evitar ruborizarse. Pedro no pudo resistir la tentación de tocarle el pelo.

–Nunca te he visto con el pelo suelto –dijo él–. Tienes un pelo tan bonito... Debieras llevarlo suelto siempre.

–Me molesta cuando estoy trabajando. Se mete por todas partes – murmuró ella.

Y esa vez, cuando él se acercó para besarla, ella estaba preparada para recibir su beso. Los labios de Slade estaban tibios, y se movían con una seguridad que a ella la hizo temblar internamente. Tal vez, pensó Paula, no estuviera tan mal. Después de todo, Pedro no era Pablo. Tenía que recordarlo. Cuando él por fin dejó de besarla, ella no supo si alegrarse o lamentarse.

–Las cerillas –musitó–. Están en el armario, de tu lado.

Él preguntó entonces:

 –¿Seguimos, Paula?

–Yo... Por favor, Pedro . Vayamos al salón. No puedo pensar cuando estás tan cerca de mí.

–De acuerdo –dijo él riendo pícaramente. Le hacía gracia que ella se hubiera puesto tan nerviosa.

–Ve y enciende el fuego –dijo ella, levantándose.

Sirvió el café y fue al salón. Al entrar oyó el crepitar del fuego. Notó que él había corrido las cortinas y bajado las luces. La llama bailaba en la sombra del techo. Ella se sentó en un sillón a un lado del fuego. Y él frente a ella. Le alcanzó el café y las galletas, y dijo:

–No comprendo por qué quieres ponerte en contacto conmigo una vez al año.

–Simplemente para asegurarme de que todo va bien. No estoy seguro de que si necesitas ayuda vayas a llamarme. Eres demasiado independiente.

Era cierto, pensó Paula.

–¿Y si me caso o estoy con otra persona, vas a seguir manteniendo ese contacto conmigo?

El estómago de Pedro se contrajo.

–Supongo que es un tema del que tendremos que hablar en su momento –contestó Pedro.

–Lo que yo quiero realmente es que desaparezcas, que te vayas a Toronto y que me dejes sola –dijo Paula violentamente, tanto que incluso a ella le pareció exagerado.

Pedro reprimió su enfado.

–¿Crees que no lo sé? No soy estúpido, Paula. Pero ésas son mis condiciones. Las aceptas o no hay posibilidad de trato.

Ella quería que el padre de su hijo fuera un hombre de principios. Y el precio por ello estaba claro. Ella tendría al bebé trescientos sesenta y cinco días al año. Una vez al año no era muy seguido. Se irguió en la silla y dijo:

–De acuerdo. Acepto tus condiciones.

 Pedro dejó a un lado el café, se puso de pie, puso sus manos debajo de los codos de Paula, y la alzó. –¿O sea que seguimos adelante? Va a ir bien, ya lo veras.

Él iba a besarla nuevamente. Ella le había dado su palabra. Paula cerró los ojos y sintió la insistencia del nuevo beso. El parecía quererla sólo para sí. ¿Y por qué no? Ella le había dado derecho a hacerlo. ¡Oh! ¿Qué había hecho?, se preguntaba Paula.

–Relájate –murmuró él cerca de su boca, rozándole los labios–. ¿Por qué no vamos arriba?

–¿Ahora?

–¿Por qué no?

–Yo... Pensé que habíamos dicho el fin de semana.

–Postergaré mi vuelo hasta el domingo por la noche. Así que tendremos desde ahora hasta entonces.

–Pero...

Él alzó la cabeza.

 –¿Quieres quedar embarazada o no?

 –Sí, sí, por supuesto. Supongo que lo que me pasa es que me había imaginado que estaríamos en tu hotel, nada más.

–Esta casa parece el centro de tu vida, ¿Dónde mejor que aquí?

Su casa era el lugar donde ella se relajaba. El lugar donde descansaba de las exigencias de su trabajo... Pedro dijo de pronto.

–¿No te gusta que esté aquí, no es así?

–Es cierto. Nunca he traído a nadie a esta casa.

 –Estás asustada... –dijo él.

–¿Asustada?  Sí, claro. Realmente eres un desconocido para mí, Pedro.

–Entonces hagamos algo para remediarlo. Porque hacer el amor con alguien es uno de los mejores modos de conocerse –dijo él.

Si su propósito era tranquilizarla, no había elegido el mejor modo. Ella no quería revelar sus secretos a un hombre como Pedro. Tenía que hacer el amor con él o renunciar a todo su plan, pensó. Porque nunca más iba a tener el valor de volver a amar. Ni a Pedro ni a ningún otro hombre.

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