miércoles, 1 de noviembre de 2017

Enemigos: Capítulo 54

–¿Sí?

–¿Qué tal estás? –preguntó la voz grave de Pedro al otro lado–. Estabas agotada, así que te dejé dormir.

–Estoy bien, gracias.

Paula no fue capaz de colgar. Sostuvo el teléfono con fuerza y aguantó la respiración con la esperanza de que Pedro la invitara a comer. Tal vez a hacer un picnic en la playa. Algo que sugiriera que estaba interesado en fomentar una parte de su relación que no fuera el sexo.

–Descansa lo que puedas hoy. Te veré por la noche.

Paula sintió una punzada de desesperación. Pedro no sentía nada por ella y sin embargo ella estaba deseando que volviera a casa.Sintiéndose muy desgraciada, volcó todo su cariño en su hijo. Al menos esa relación iba bien y era un consuelo presenciar la alegría de Baltazar cuando estaba con su padre.

Y así se inició una nueva rutina. Pedro se despertaba temprano y desayunaba con Baltazar, permitiendo que Paula se quedara una hora más en la cama.Y la necesitaba, porque fueran cuales fueran sus problemas, en la cama no tenían ninguno. Y había aprendido a apagar aquella parte de sí misma que anhelaba calor emocional. Apenas veía a Pedro durante el día, estaba trabajando a tiempo completo en la remodelación del hotel. Ella le preparaba temprano la comida a Baltazar y comía con él antes de empezar con la hora del almuerzo en el restaurante. Luego lo dejaba con Giuliana mientras ella se concentraba en el momento más intenso del día. El chef que la había ayudado cuando su abuelo estuvo en el hospital seguía con ellos, y encontraba estimulante trabajar con alguien que tenía una preparación formal.Un lunes por la tarde, dos semanas después de que se hubieran mudado a su nuevo hogar, Paula pudo por fin tomarse una tarde libre. Tras haber terminado el servicio de mediodía y haber experimentado con dos nuevos platos, dejó que su equipo terminara con los preparativos para la noche y se llevó a Baltazar a la villa.Convencida de que Pedro estaría trabajando, como siempre, se puso un biquini yllevó a Balta a la maravillosa piscina que solo utilizaba cuando Pedro no estaba.Baltazar se agarró a ella al meterse en el agua. Dió patadas en el agua y miró detrás de Paula.

–Papá.

–Papá está trabajando –aseguró Paula contenta sujetándole de la cintura.

–No, ya no –la voz grave de Pedro llegó desde el extremo de la piscina.

Paula se giró, horrorizada al encontrarle allí con el teléfono en la mano. Desde los pulidos zapatos hechos a mano al traje bien cortado, todo en él exudaba éxito.Dejó el teléfono en la tumbona más cercana.

–Parece un buen plan para una calurosa tarde de verano. Me uniré a ustedes–se quitó la chaqueta y la corbata.

Paula se preguntó qué estaba haciendo allí.

–¿No tienes que volver al trabajo?

–Soy el jefe –la camisa siguió a la chaqueta–. Yo decido cuándo trabajo. Ysiempre paso unas horas con Balta cada tarde antes de su siesta.

–¿Todas las tardes? –aquella era una noticia nueva para ella–. ¿Y dedónde sacas el tiempo?

–Tengo un buen equipo, se las pueden arreglar sin mí mientras yo juego con mi hijo una hora –en calzoncillos, Pedro entró en la caseta de la piscina y salió un instante después con un bañador puesto–. Podemos hacerlo –aseguró acercándose al borde del agua–. Podemos ocupar el mismo espacio y no desnudarnos el uno al otro.

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