viernes, 3 de noviembre de 2017

Enemigos: Capítulo 57

Ella no pudo responder. Cada embate la llevaba más y más cerca del clímax, que llegó con una oleada de calor que los atrapó a ambos a la vez.Hubiera colapsado si Pedro no la hubiera estado sujetando. Salió de ella, tomó en brazos su tembloroso cuerpo y la llevó a la ducha.

–Ha sido una gran idea –dijo dejándola en el suelo y abriendo el agua–.Sexo de día. Una razón más para salir de mi despacho. A este ritmo no ganaré la apuesta.

–¿Apuesta? –todavía confundida, Paula se apartó el pelo de la cara mientras el agua caía en cascada sobre ellos–. ¿Qué apuesta?

–Que puedo convertir el Alfonso Beach Club en el mejor hotel del grupo –Pedro se puso champú en la palma de la mano y le masajeó suavemente el pelo–.Nunca lo reconoceré delante de él, pero es muy difícil seguir los pasos de mi hermano. Cuando se retiró al asiento de atrás el año pasado todo el mundo dió por hecho que yo me limitaría a sujetar las riendas sin hacer ningún cambio.Admiro y respeto a mi hermano más que a nadie, pero quiero demostrar que yo también puedo aportar algo a la empresa.

Arrullada por la caricia de sus dedos, Paula cerró los ojos.

–Eres muy competitivo.

–Sí, pero no se trata solo de eso –Pedro apagó la ducha y agarró una toalla–. Cuando nuestro padre murió fue Federico quien se hizo cargo de todo. Yo estaba en el último año de instituto y él estudiaba en Estados Unidos. Lo dejó todo, volvió a casa y se puso al frente de la familia. El negocio de mi padre erapequeño, pero Fede lo llevó a una posición global. Gracias a él Luciana  y yopudimos terminar nuestra educación. Sacrificó mucho por nosotros. Quiero que se sienta orgulloso de mí.

Paula echó la cabeza hacia atrás y se secó el pelo mientras recordaba a Federico en su boda. Alto, moreno e intimidante.

–No le caigo bien –murmuró–. No aprueba que te hayas casado conmigo.

Pedro vaciló.

–No aprueba que no me dijeras que estabas embarazada, pero eso forma parte del pasado. Me protege, igual que yo a él. Fui muy duro con Laura  cuandose separaron porque yo no entendía qué estaba pasando.Lo cierto es que un hombre nunca sabe qué pasa en el matrimonio de otro.Pedro le tomó el rostro entre las manos y la besó dulcemente.

–Y hablando de matrimonio, ¿Qué te parece hasta ahora el nuestro? –le preguntó en voz baja–. ¿Cómo te sientes?

¿Cómo se sentía? Se sentía algo mareada, como le ocurría siempre que le tenía cerca. Sentía un calor inesperado por dentro. Se alegraba de haberse casado con él. Y no solo por Baltazar.

–Me siento bien –aseguró apartándose.

–¿Bien? ¿Qué quiere decir eso? Esa palabra no me dice cómo te sientes realmente.

Le amaba. En las últimas semanas se había enamorado de él sin saber cómo.Aquella repentina certeza fue como una espada que se le clavó en el corazón, y durante un instante no pudo respirar. Qué estupidez. Qué peligro.Pedro apretó los labios.

–El hecho de que no sepas cómo responderme me dice mucho. Eres una persona muy generosa. Te casaste conmigo porque pensaste que era lo mejor para nuestro hijo. Y debes saber que estoy decidido a que este matrimonio funcione. Quiero que seas feliz. A partir de ahora haremos más cosas juntos. No solo con Balta, sino también como pareja. Buscaré huecos durante el día, y tú también.

Pedro había malinterpretado su silencio y ella lo agradecía. Lo último que deseaba era que supiera cómo se sentía.Lo malo era que ahora Pedro sentía que tenía que hacer un trabajo extra para complacerla. Había entrado en la lista de sus obligaciones. Pasar tiempo a su lado no era un placer, sino una responsabilidad. Sentía el orgullo herido.

–Estás muy ocupado –se colocó el cabello húmedo sobre un hombro–. Y yo también. Sigamos como hasta ahora. Sinceramente, me viene bien así.

–Bueno, pues a mí no. Para que este matrimonio funcione tenemos que trabajar en él.

Se había casado con ella por el bien de Balta. Quería pasar tiempo con ella por el bien de su hijo. Se sentía humillada. Trató de dejar a un lado sus sentimientos y trató de pensar en cómo reaccionaría si no estuviera enamorado de él.

–Claro –graznó–. Si quieres que pasemos tiempo juntos, a mí me parece estupendo.

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