lunes, 6 de noviembre de 2017

Enemigos: Capítulo 65

-Siento que el fin de semana haya sido tan agotador –Pedro se mostró educado y formal cuando llegaron a casa al día siguiente.

–No hay nada que sentir. Tu familia es maravillosa y para Balta ha sido un regalo pasar tiempo con sus primas –mantuvo la voz alegre por el bien del niño.

Cuando sonó el teléfono de Pedro estuvo a punto de gemir de alivio, una sensación que se intensificó cuando le dijo que tenía que irse directamente a la oficina del hotel y trabajar unas horas. Notó cierto recelo en su actitud, pero se dijo que no importaba. Aunque estuviera mintiendo sobre lo del trabajo y fuera a ver auna mujer, resultaba irrelevante.Al ver que Paula  no contestaba, Pedro suspiró.

–Puede que llegue tarde. No me esperes despierta.

Por supuesto que no lo haría. Ya le había dejado claro que no la deseaba.

–No hay problema –se apresuró a decir–. Balta y yo nos daremos un baño en la piscina y nos acostaremos pronto.

Pedro apretó los labios y se dispuso a marcharse, pero de pronto pareció cambiar de opinión. Se dió la vuelta y la miró con incertidumbre.

–Paula...

Iba a decirle que lo suyo no funcionaba, que quería el divorcio. Pero ella no estaba preparada para escucharlo.

–No hagas eso, Balta–utilizando a su hijo como excusa, cruzó la terraza y le quitó al niño un juguete que no ofrecía ningún peligro.

–Papá se ha ido –dijo el niño unos segundos después mirando detrás de ella.

–Lo sé –susurró ella abrazándole–. Y lo siento.

Consiguió sobrevivir al resto del día. Baltazar y ella pasaron un rato con su abuelo y luego Giuliana se lo llevó otra vez a la villa mientras ella trabajaba hasta tarde en La Cabaña de la Playa. Consciente de que lo único que la esperaba en casa era una cama grande y vacía, no tenía prisa en volver a la villa. Así que decidió hacer algo que no había hecho desde hacía años, desde la noche en que concibieron a Baltazar.Fue a la cabaña de pescadores.Se dirigió a ella por la franja de playa privada que pertenecía a los Alfonso.Cuando era niña se hubiera sentido culpable, pero ahora se dió cuenta de que estaba caminando por su propia tierra.La puerta principal se abría directamente al mar, y había un acceso lateralde sde tierra. Paula siempre se había colado por la ventana, pero esta vez se detuvo con la mano en la puerta, preguntándose si no sería peor visitar aquel lugar que albergaba tantos recuerdos.La luna iluminaba tenuemente el calmado mar, proporcionando suficienteluz para que supiera lo que estaba haciendo.Se le ocurrió que podría haber llevado una linterna, pero pensó que no la necesitaría para ver una pila de tablones arrumbados. La cabaña de pescadores llevaba tanto tiempo en estado de abandono que siempre había peligro de lesión, pero cuando abrió la puerta notó que se abría suavemente. Sin crujidos. Entró en silencio. En el pasado, su rutina consistía sencillamente en sentarse sobre las cajas que había apiladas en la puerta y quedarse mirando al mar.Tocó algo suave con el pie y frunció el ceño. ¿Aceite? ¿Algún tipo de tela?Estaba a punto de agacharse para investigar cuando el lugar se iluminó de pronto.Sorprendida al comprobar que ahora había electricidad en la cabaña, alzó la vista y vió cientos de pequeñas lucecitas en las paredes. Maravillada, se preguntó qué significaba todo aquello cuando escuchó un sonido a su espalda. Se giró rápidamente y vió a Pedro allí de pie.

–Se suponía que no tenías que haber llegado todavía –metió los pulgares en las trabillas de los vaqueros. Estaba más guapo que nunca–. Aún no he terminado.

¿Terminado? Paula  miró a su alrededor confundida y vió los cambios por primera vez.

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