viernes, 17 de noviembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 21

Paula colgó el auricular. Debería haberle explicado a Pedro que Francisco había estado a su lado durante toda la conversación, pensó. Pero se había quedado en un estado de shock tal al escuchar que Pedro se marchaba, que no iba a verlo nuevamente, que su cerebro parecía haberse bloqueado. Montreal, Vancouver, Hong Kong, encuentros con presidentes de la asociación internacional. Él estaba fuera de su círculo social. De todos modos ella quería que Pedro desapareciera de su vida. ¿Entonces por qué se ponía tan mal al saber que se marchaba?

Francisco se acercó a Paula con unas macetas del almacén de su oficina.

 –¿Quieres éstas, Pau? ¿Estás bien?

Francisco tenía los ojos azules, el pelo rubio con rizos, y el rostro bronceado, lo que contrastaba con sus dientes blancos, algo que a las mujeres las volvía locas. Era un mujeriego. Pero también era un trabajador infatigable, y muy buena persona. Por eso ella se alegraba de trabajar con él.

–Estoy bien. Un... un amigo ha cambiado los planes, simplemente.

–¿Un hombre, eh?

–Bueno, sí.

–Hay muchos otros en el mundo –dijo Francisco.

Tenía razón. Aunque desde que se había ido Pablo no se había molestado en buscar a ninguno.

–Tengo que estar a las doce y media en Tantallon, dijo Paula–. ¿Vas a ir a la calle Dow?

Él asintió.

 –Bien; te veré cuando vuelva.

Paula cerró la puerta de la oficina. Aún le quedaba media hora antes de partir. Media hora para quitarse esa sensación horrible que tenía en el estómago, y para quitarse la tristeza que parecía mundana. No tenía por qué sentirse así. En absoluto.


Pasaron cuatro semanas, durante las cuales el comentario de Pedro acerca de la relatividad del tiempo se confirmé completamente. Había conseguido el contrato con Danvers, y sin embargo no se sentía eufórico. En Vancouver había llovido sin cesar, y el viaje a Hong Kong se lo había pasado mirando rascacielos todo el tiempo, y con una agenda llena, lo que no había sido muy gratificante. Y en Toronto se había encontrado con una ola de calor anticipada. Durante esas cuatro semanas había trabajado duro. Y se había entretenido yendo al cine en el tiempo libre. Había visto películas de todo tipo. También había jugado al squash, y caminado por la ciudad para cansarse y no pensar antes de dormir. A pesar de todo eso, no había podido sacarse a Paula de la cabeza. Incluso dormía mal. Se había pasado dos años sin una mujer. Pero había aparecido Paula con su pelo castaño y su loca idea, y había demolido la fortaleza que él se había construido. Y no podía volverla a construir. Había estado loco al hacer el amor con una mujer que apenas conocía. Ahora la cama le parecía grande, y un lugar donde se acrecentaba su soledad. Había sido tonto al pensar que acostándose con ella se iba a curar del deseo. ¡Los recuerdos de Paula estaban siempre presentes! Y lo peor no era la frustración física de su cuerpo que la añoraba, sino sus propios pensamientos obsesivos. Era posible que hubieran concebido un niño... ¿Cómo había podido ser tan irresponsable? ¿Tan amoral? Pero también era posible que ella no hubiera quedado embarazada...

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