viernes, 23 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 40

Pedro se dirigió a la cocina y se maldijo por haberla puesto nerviosa. La había invitado a la casa con la esperanza de aprovechar los dos días para ganarse su confianza. Pero tema miedo de haberlo estropeado todo.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó Paula desde la puerta.

—¿Quieres barquillos con el chocolate?

—Por supuesto. ¿Que sería de un chocolate caliente sin barquillos?

—Están en el armario de arriba.

Paula entró en la cocina y abrió el armario.

—Y dime, ¿Que vamos a hacer mañana? —preguntó ella—. Te advierto que no tengo botas de montaña…

—Desayunaremos y luego saldremos a dar un paseo. Pero no será nada agotador, descuida. Además, Franco no lo soportaría —respondió él—. Nos divertiremos un poco, veremos el arroyo y volveremos a la hora de comer.

—Si la casa fuera mía, viviría aquí. ¿Hay pistas de esquí en la montaña?

—Si, muy cerca de aquí. ¿Sabes esquiar?

—Sergio me llevó un par de veces a esquiar cuando estábamos en la universidad. Pero me temo que no era muy buena… —dijo con una sonrisa.

—¿Donde creciste, por cierto?

—Por todo el país. Mi padre era militar y lo trasladaban constantemente, así que no teníamos residencia fija.

—¿Ya ha muerto?

Pedro lo daba por sentado. Todavía recordaba la soledad de Paula en el juicio.

—Sí, murió cuando yo estaba en la facultad. Mi madre había fallecido años antes, así que solo estábamos él y yo. Y trabajaba tanto que no podía dedicarme demasiada atención.

—¿No tenías abuelos?

Ella negó con la cabeza.

—Era hija única y mi padre, huérfano. En cuanto a mis abuelos por parte de madre, fallecieron poco después que ella.

Pedro lo lamentó mucho. No solo estaba sola en el mundo, sino que Adrián y el habían contribuido a que, además, perdiera a su hija. Cuando sirvieron el chocolate, se marcharon al salón. Paula se sentó en uno de los sillones. Pedro pensó que pretendía mantener las distancias, y no le extrañó.

—Cuéntame como encontraste esta casa y que haces cuando estas aquí. Supongo que en invierno irás a esquiar, pero en verano…

Pedro le conto que en primavera salían a pasear por el campo, y que en verano, cuando hacía calor, nadaban en las pozas del arroyo. Por lo visto, a Franco le encantaba.  Y disfrutaba de la visión de las ardillas y de los ciervos que de cuando en cuando se acercaban a la casa. Paula escuchó y rió. Pedro estaba asombrado con ella. Ya no parecía la mujer a la que había llevado a cenar a aquella pizzería. Sus ojos brillaban de alegría, sus mejillas estaban levemente sonrosadas por el frío y el corte de pelo aumentaba su belleza. La encontraba fascinante. Quería saber más cosas de ella. Conocer sus sueños, sus deseos. Saber si deseaba tener más hijos o tener un jardín. Disfrutar de su risa todos los días de su vida.

—Se está haciendo tarde —dijo ella al cabo de un rato—. Será mejor que me acueste.

Ella se levantó y llevó la taza vacía a la cocina. Pedro oyó que abría el grifo de la pila, miró el reloj y conto las horas que faltaban para verla otra vez, por la mañana.


—Papá prepara las mejores crepes del mundo —dijo Franco.

Estaban sentados en la cocina, desayunando. Pedro miró a su hijo y se preguntó cuanto tiempo faltaba para que creciera y se diera cuenta de que su padre era un hombre como todos los demás, con sus virtudes y sus defectos. Por desgracia, no tardaría mucho. Los niños crecían muy deprisa. Pero entretanto, disfrutaba enormemente de su adoración.

—Estoy deseando probarlas —dijo ella—. ¿Con que las sirve? ¿Con mermelada?

—Sí. A mí me gusta mucho la de fresa. ¿Y a tí?

—Yo prefiero la de uva.

Pedro los miro y sintió una intensa envidia de su hijo. Se llevaba maravillosamente bien con Paula, y tenía la gran ventaja de que ella nunca le preguntaba por su vida ni por su pasado. Tal vez se estuviera engañando al pensar que podían mantener una relación. Cabía la posibilidad de que solo se mantuviera a su lado hasta que encontraran a Mariano, y de que nunca llegara a confiar en él. Pero la idea le encantaba.

Paula intentó no mirar a Pedro. Era demasiado consciente de la presencia de Franco y no sabía lo que el niño le podría contar más tarde a Noelia. Sin embargo, de vez en cuando cedía a la tentación y lo miraba. No podía creer que la hubiera besado la noche anterior, ni a decir verdad, que la hubiera invitado a pasar el fin de semana con ellos. Al parecer, su interés iba más allá del sentimiento de culpabilidad. Ahora solo tenía que averiguar si quería que la deseara. Pero era demasiado pronto para pensar en una relación. Tenía que labrarse un futuro. Y no podría olvidar totalmente el pasado hasta que encontraran a Mariano Winters.

Franco se mostró  muy entusiasta cuando por fin salieron a pasear, y no dejaba de indicarle los sitios que visitaba con su padre cuando llegaba el verano. La temperatura había bajado mucho y a pesar de la luz del sol tenían que moverse para no quedarse helados. Pero ella estaba encantada. El paisaje era precioso y se divirtió mucho. Por fin, volvieron a la casa, comieron y subieron al coche para regresar a Denver. Cuando llegaron a la ciudad, Franco preguntó:

—¿Puedo subir a tu piso y ver al gato?

Pedro miró a Paula, que asintió. No tenía ningún deseo de alejarse de ellos.

—Claro que sí. Seguramente se sentirá solo y se alegrara de vernos… ¿Pero tienes tiempo?

—Tenemos tiempo de sobra —respondió su padre—. Fran no tiene que volver con su madre hasta después de cenar.

Paula observó a Pedro y pensó que él tampoco quería poner fin al día.

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