—Mira atrás, hermanito —le dijo Fede cuando terminó —. Cuando te fuiste de este pueblo estabas deseando largarte. ¿Y ahora dices que te hubieras quedado por Paula... si te hubiera dicho la verdad? De acuerdo, puede que sí. Y en dos meses habrías sido desgraciado. Estabas decidido a largarte y ver el mundo fuera de Texas. Y no habrías tardado en sentirte furioso con ella por retenerte aquí.
Pedro intentó hacer vez la luz a su hermano.
—No se trata tanto de que no me lo dijera al principio, pero cuando tuvo a mi hijo y no hizo ningún esfuerzo por...
Fede no le dejó terminar.
—Está bien. Supón que ella se hubiera esforzado más por localizarte. ¿Qué habría pasado?
Pedro se enderezó en su sillón.
—Habría vuelto a casa.
—¿Sí? Sí, claro que sí; sé que habrías vuelto y habrías cumplido con tu deber aunque entonces no estuvieras preparado para una esposa joven y montañas de pañales. ¿Cuánto tiempo crees que habría durado ese matrimonio?
—Yo habría...
Fede volvió a interrumpirlo.
—No, hermanito. Las cosas son como son. Y si miras al pasado con sinceridad, verás que te habrías enfurecido de igual modo con ella por cargarte con una familia para la que no estabas preparado.
—¡Maldita sea! Yo...
—No he terminado. ¿Se puede saber qué te pasa?
—Eso era entonces y lo que tiene que preocuparte es el ahora —Fede movió la cabeza—. Yo pensaba que eras más listo; pensaba que sabías que un hombre no debe nunca decir no al amor de la mujer idónea. ¿Quieres un consejo?
Pedro dejó su vaso en la mesa y se levantó.
—No.
—Pues te lo voy a dar igual.
—Buenas noches, Fede.
—Vete a San Antonio —le gritó éste cuando ya salía por la puerta—. Dile a esa mujer que la quieres y suplícale que vuelva contigo.
¿Y él había intentado hablar con Fede? Pedro no volvería a cometer ese error en el futuro inmediato.Pero no podía olvidar las cosas que le había dicho su hermano. ¿Y si tenía razón? ¿Y si en todo aquello había bastante más de lo que él veía? Cuando se marchó del pueblo para ver mundo, sentía cierta tristeza por haber perdido a la mujer que deseaba, pero también huía de su mezquino abuelo y del pueblo que lo llamaba bastardo a sus espaldas.
El sábado después de comer fue a su estudio y siguió pensando en lo que le había dicho su hermano.Llevaba unos veinte minutos mirando sin ver la pantalla del ordenador cuando Feli apareció en la puerta con el casco de la bici en la mano.
—Voy a salir un rato a montar en bici, papá.
Pedro asintió con la cabeza.
—Que te diviertas.
—Lo intentaré.
Feli se marchó y Pedro siguió pensando en las palabras de su hermano. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, recordando el pasado, cuando sonó el teléfono.
—¿Diga?
—¡Oh, Dios mío! —dijo una voz de mujer que no reconoció—. ¡Oh, señor Alfonso...!
—¿Quién habla?
—Ailén Martino.
—Lo siento. El nombre no me suena.
—Vivo en el pueblo, pero eso no importa. Señor Alfonso, estoy en la carretera estatal, donde empieza el camino que va a su casa. Su hijo está aquí conmigo. He pedido una ambulancia.
Pedro sintió que el suelo se hundía bajo sus pies.
—Una ambulancia... —repitió como un estúpido.
—Sí. Oh, lo siento mucho, señor Alfonso. Ha habido un accidente.
Cuando recibió la llamada de Pedro, Paula acababa de llegar a la casa con un montón de bolsas de comida en los brazos. Oyó lo que tenía que decirle, hizo algunas preguntas pertinentes y, cuando tuvo las respuestas que buscaba, prometió que iría lo antes que pudiera.Colgó el teléfono y se quedó apoyada en la encimera de la cocina respirando hondo.En cuanto creyó que podía andar sin caerse, pensó en la comida. Empezó a vaciar las bolsas, pero se quedó inmóvil con una caja de cereales en una mano y una hogaza de pan en la otra. ¿A quién le importaba la comida en un momento así?Dejó la caja y el pan en la encimera, tomó el bolso y las llaves y salió al garaje por la puerta de la cocina.Llegó a Junction en un tiempo récord. Había violado unos cuantos límites de velocidad, pero consiguió llegar al hospital Alfonso Memorial de una pieza y sin una sola multa. Cuando entró en la habitación de Feli, eran poco más de las ocho de la tarde.
—¡Mamá! —su hijo estaba sentado en la cama con un brazo escayolado y un corte en el labio hinchado. Debajo de las mantas se adivinaba el bulto de la pierna escayolada. Tendió el brazo bueno hacia ella.
Paula lo abrazó con gentileza y reprimió las lágrimas.Un brazo y una pierna rotos, varias heridas y golpes... Pero se pondría bien. Pedro ya se lo había dicho por teléfono, pero ella necesitaba verlo por sí misma, ir allí corriendo y abrazarlo.«Se pondría bien...»
—Mamá, me vas a estrangular —protestó.
Paula, que sabía que no podía tenerlo abrazado eternamente, lo soltó.
—¡Vaya! Mira eso...
—¡Ah, mamá!
Entonces vió a Pedro, cuando él se levantó de la silla que había en el rincón.Y bastó con verlo para que se le partiera de nuevo el corazón. Parecía un hombre que acabara de mirar a la muerte a la cara. Paula echó una mirada a su hijo y supuso que no era raro que el padre estuviera así.
—Estaré en la sala de espera —dijo él.
Y desapareció antes de que ella pudiera contestar. Feli empezó a charlar sin parar.
—Salí a la carretera sin querer —dijo—. Llegué al final del camino demasiado deprisa y no pude parar a tiempo y venía una mujer en una camioneta y... —lanzó un gemido—. Me dolió mucho, mamá. Y la pobre señora Martino tenía mucho miedo de que me hubiera matado o algo así. Yo le dije que me dolía mucho el brazo y la pierna y que llamara al hospital. Y ella sacó su móvil, pero seguía muy asustada. Cuando llamó al hospital le dí el número de papá y le pedí que lo llamara.
—Bien pensado —dijo Paula, sonriendo entre lágrimas.
—Lo siento, mamá. Sé que iba muy deprisa. No tuve cuidado.
Ella asintió con seriedad.
—Eso es verdad.
—No volveré a hacerlo, te lo prometo.
—Me alegro —dijo ella, aunque pensaba que un niño de diez años difícilmente cumpliría es promesa. Habría más heridas y golpes, eso era normal con los niños. Pero confiaba en que no fuera nada que la asustara tanto como para saltarse todos los límites de velocidad por correr a su lado.
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