domingo, 4 de septiembre de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 41

—¿Cómo va todo? —le preguntó cuando salió de su todo terreno rojo.

Paula  no  sabía  qué  contestar,  pues  no  tenía  ni  idea  de  lo  que  le  había  contado  Pedro.

Melina le sonrió comprensiva.

—Sé  que  Feli es  hijo  de  Pepe.  Éste  se  lo  contó  a  su  hermano  y  Fede me  lo  cuenta todo. Pero no te preocupes; los dos sabemos mantener la boca cerrada.

Paula suspiró.

—Pedro no  quiere  decírselo  a  Feli todavía,  así  que  supongo  que  hay  que  guardar  el  secreto. No  estaría  bien  que   se  enterara  de  quién  es  su  padre  por  algún niño que se lo oyera a sus padres.

—Feli  parece  un  niño  muy  sensato —comentó  Melina—.  ¿Por  qué  no  se  lo  decís ya?

—Esa decisión es de Pedro —repuso Paula.

Melina parecía opinar igual que su madre.

—Pues  en  mi  opinión  es  una  decisión  equivocada  —soltó  una  carcajada—. Aunque  nadie  me ha  pedido  opinión  —se  acercó  más  a  Paula—.  Oye,  si  necesitas  hablar, estoy aquí. ¿De acuerdo?

—Gracias.

—Y  no  dejes  que  te  mangonee  Pepe.  Con  los  hombres  Alfonso hay  que  tomar  postura y no ceder en nada.

«Tomar postura y no ceder».A  Paula no  le  hubiera  importado  hacer  eso,  pero  Pedro  no  le  daba  ninguna  oportunidad. Desde la primera noche, en la que había pasado unos minutos con ella al lado de la piscina, no había vuelto a verlo a solas.Los  días  iban  pasando.  El  lunes  llegaron  los  amigos de  Feli de  San  Antonio  para  una  visita  de  cinco  días.  Montaban  a  caballo,  nadaban  en  la  piscina  y  pasaban  horas en el fuerte del árbol que habían hecho Feli y Pedro. El jueves por la noche invitaron  también  a  tres  chicos  del  pueblo.  Prepararon  perritos  calientes  en  ganchos extendidos encima de una hoguera y Pedro montó una tienda en el jardín para que los niños durmieran fuera.Los del pueblo volvieron a su casa al día siguiente a mediodía. A las cinco llegó la madre de Joaquín para llevarse a Lautaro y a su hijo a San Antonio. Tenía familia en Hill  Country  y  los  niños  y  ella pernoctarían  allí  ese  día  para  no  hacer  el  viaje  tan  largo.

—Me  gustaría  que  se  quedaran  más  —dijo  Feli,  cuando  Paula y  ella  los  despedían delante de la casa—. Pero lo he pasado muy bien —de pronto la miró con solemnidad—. ¿Estás bien, mamá?

—Sí —repuso ella.

—Pareces triste.

Paula iba a negarlo, pero se recordó que había prometido no decir más mentiras.

—Puede que un poco.

—¿Por culpa de Pepe?

—¿Por qué dices eso?

—No lo sé... ¿Quieres irte a casa?

Paula pensó un momento en aquello. En lo fácil que sería estar en su casa de San Antonio llevando su vida, sin Pedro cerca en todo momento.

—Supongo que echo un poco de menos nuestra casa —confesó—. ¿Y tú?

El niño frunció el ceño pensativo.

—No. Supongo que no. Me gusta esto.

— Entonces nos quedamos.

—De acuerdo —sonrió él.

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