domingo, 18 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 26

Paula ya había terminado de guardar sus cosas. Como no tenía maletas suficientes, tuvo que meter casi toda la ropa en las bolsas de las tiendas donde la había comprado. Y por si fuera poco, Pedro Alfonso se había empeñado en ayudarla otra vez. A decir verdad, no esperaba verlo aquel día. Podía arreglárselas sola. No era una niña incapaz, aunque a veces lo pareciera. Pero él había insistido y ella cedió.

Ya había empezado a trabajar en el vivero y había descubierto que estar con Patricio Talridge, su dueño, sería un placer. También se había reunido con Camila, la chica de la pierna rota, y le cayó tan bien como Tom, el gatito al que tenía que cuidar. Era la primera vez que tenía un animal domestico y pensó que disfrutaría con su compañía. Miró el reloj de pulsera, que había comprado el día anterior, y unos segundos después sonó el timbre de la puerta. Cuando abrió, se llevo una sorpresa. Pedro llevaba vaqueros oscuros, jersey negro y chaqueta de cuero. Era un gran cambio en relación con los trajes que solía llevar. Y junto a él había un niño, Franco.

—¿Preparada?

Paula asintió y miró al pequeño.

—Fran, te presento a la señorita de la que te he hablado. Paula, te presento a mi hijo.

Ella sonrió.

—Encantada de conocerte, Franco… —dijo, antes de mirar a su padre—. No sabía que vendrías con él. Si quieres puedo pedir un taxi.

—No, en absoluto, Fran y yo pasamos juntos los fines de semana, así que va conmigo a todas partes. Y nos apetece ayudarte con la mudanza.

En cuestión de minutos, Franco y Pedro metieron todas sus pertenencias en el maletero del vehículo. Paula salió de la habitación del motel sin mirar atrás. Iba a empezar una vida nueva y no necesitaba recuerdos del pasado. Durante el trayecto, preguntó al niño:

—¿Tienes alguna mascota?

El chico sacudió la cabeza.

—Yo tampoco, pero voy a cuidar de un gato. ¿Que te parece?

Franco rió.

—Los gatos no necesitan niñeras…

—Este sí. Ya nos hemos conocido y es muy bonito… y cariñoso.

A medida que avanzaba la mañana, Paula se alegró de que Franco los hubiera acompañado. Exploró el piso, jugó con Tom y no dejó de hablar en ningún momento, así que contribuyo a que Pedro estuviera más relajado de lo normal. Como tenía pocas cosas, casi no tardó en guardarlas. Y después de dar de comer al gato y de cambiarle la arena, no supo que hacer. Además, los Alfonso  no parecían tener intención de alejarse de su sofá.

—¿Ya has terminado? —preguntó Pedro cuando ella entró en el salón.

El piso era pequeño, perfecto para una estudiante pero no para Paula. Por suerte, el salón tenía una terraza con una vista preciosa. Y pensó que si hubiera sido suyo, se habría pasado casi todo el día en la terraza.

—Sí. Gracias por haberme ayudado…

—Ven con nosotros. Iremos al zoológico y luego a cenar a una pizzería.

—No creo que…

—¿Tom también puede venir? —preguntó el niño.

—No, es un gato de interior —respondió su padre—. Se quedara aquí y cuidara del piso mientras Paula esé e fuera. Venga, no te hagas de rogar, acompáñanos…

—No hace falta que te preocupes por mí. Estoy acostumbrada a quedarme sola —dijo ella.

En realidad, le apetecía ir al zoológico y comer con ellos. Pero también quería mantener las distancias con Pedro. Se estaba acostumbrando a él y empezaba a depender demasiado de su presencia y de su ayuda. Por no mencionar que Franco le había caído maravillosamente bien.

—Si no vienes con nosotros, nos quedaremos aquí —amenazó Pedro, cruzándose de brazos.

—Exacto. Nos quedaremos —dijo su hijo, que imito a su padre y también se cruzó de brazos.

—Esta bien, esta bien, iré…

Paula se dijo que al fin y al cabo no perdería nada. Se divertiría un poco y luego se despedirían sin más.

El día resultó ventoso pero soleado, muy típico de noviembre. A lo lejos, las crestas de las montanas ya tenían nieve; pero en Denver seguía despejado. El zoológico estaba lleno de gente. Había grupos enormes por todas partes, y Paula tuvo la precaución de mantenerse alejada de ellos para no estropear el día con un ataque de pánico. Supuso que Franco se volvería loco con los monos, pero curiosamente le gustó más el dragón de komodo. Hizo un montón de preguntas a Pedro sobre la criatura. Y Paula escuchó sus respuestas con cierta sorpresa, porque Pedro parecía saber mucho de animales. Cuando la miró, él notó su asombro, le guiñó un ojo e hizo un gesto hacía un cartel con explicaciones que Paula no había visto hasta ese momento.

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