lunes, 19 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 30

—He estado viendo la televisión y sé que los periodistas han dado mucha importancia a mi caso. Saben que me condenaron a pesar de ser inocente, y es obvio que tu jefe lo va a aprovechar para asegurarse la reelección en el cargo —declaró ella—. Pero todavía no he oído tu nombre. Tal vez debería hacer alguna declaración sobre lo que realmente paso hace ocho años.

—¿Has hablado con la prensa?

—No. Ni siquiera saben donde estoy —respondió ella, entrecerrando los ojos—. Sin embargo, eso podría cambiar si Johnson no permite que vea a Mariano.

—¿Eso es una amenaza?

A Paula le molestó que Pedro se lo tomara con tanta naturalidad. No parecía importarle que lo presionara con los periodistas.

—Es una promesa —puntualizó.

—Entonces, haré lo que pueda.

Acababan de empezar con la pizza cuando se oyeron voces en la entrada del establecimiento y los dos se giraron para mirar. La luz brillante de un flash la cegó durante unos segundos, y un momento después, dos periodistas se plantaron delante de la mesa. Uno llevaba una cámara, y el otro un micrófono.

—Usted es Paula Chaves, ¿Verdad? ¿Cómo se siente estando libre después de tantos años? ¿Que planes tiene para el futuro? —preguntó el segundo, antes de reparar en Pedro—. ¿Pedro Alfonso? ¿Que está haciendo aquí?

El periodista hizo un gesto a su compañero para que sacara más fotografías.

—Ahora no, por favor —dijo Pedro, levantándose.

—¿Confraternizando con el enemigo? —preguntó el hombre—. ¿Que ha estado haciendo desde que salió de la cárcel, señorita Chaves? A nuestros lectores les encantaría conocer su historia. Dígame lo que se siente al recuperar la libertad. ¿Esta es la primera vez que sale a cenar?

Pedro se acercó a Paula y la tomó del brazo para que se levantara. Ella estaba tan sorprendida que tardo en reaccionar, pero recogió la chaqueta y salieron del restaurante a toda prisa. Se sentía como si estuviera en una especie de sueño surrealista. El flash del fotógrafo no dejaba de cegarla y las preguntas del reportero la confundían. Solo quería estar sola. Al cabo de unos minutos que se le hicieron eternos, Pedro la introdujo en el coche y cerro la portezuela. Después, se volvió hacía el periodista, se disculpo y se sentó al volante. Cuando por fin arrancaron, ella dijo:

—Vaya, salir contigo a cenar es muy emocionante. ¿Cómo nos habrán encontrado?

—Sospecho que ha sido cosa de Noelia. Franco le dijo que íbamos a cenar pizza, así que habrá adivinado el local y habrá llamado a la prensa. Tenemos suerte de que solo haya sido un reportero y no todo un equipo de televisión.

Paula miró hacia atrás.

—Espero que no nos sigan…

-No lo creo.

—No me gustaría que nos siguieran. Si descubren donde vivo, me harán la vida imposible —afirmó.

—Descuida, no lo descubrirán. Pero siento que nos hayan estropeado la cena. Podríamos ir a mi casa y pedir que nos lleven algo…

—No, gracias, solo quiero volver a casa.

Ya había vivido demasiadas emociones en un solo día. En aquel momento no deseaba más compañía que la del gato.

Pedro prefirió no insistir y la llevó a su departamento. Cuando llegaron, preguntó:

—¿Seguro que estarás bien?

—sí, no te preocupes. Y gracias por el día y por haberme presentado a tu hijo. Franco es maravilloso. Tienes mucha suerte con él.

—Lo sé —dijo—. Te llamaré mañana.

—No lo hagas, por favor. Ya has hecho bastante por ayudarme. Y te lo agradezco mucho, pero debo arreglármelas sola.

Paula salió del coche y añadió:

—Adiós, Pedro.

Tenía que marcharse tan rápidamente como pudiera. Porque si seguía allí, corría el peligro de cambiar de opinión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario