miércoles, 7 de septiembre de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 54

La  alegría  invadió  a  Paula,  quien  se  volvió  en  sus  brazos  y  levantó  la  boca.  Pedro la besó y ella pensó que era el beso más tierno que se habían dado. Cuando él levantó la cabeza, fue para susurrar:

—¿Has dicho que sí?

Paula se abrazó con fuerza a él.

—¡Oh, Pepe! ¡Te quiero tanto! Te quiero con todo mi corazón.Por  fin  lo  había  dicho,  y  había  sido  muy  fácil.  Cerró  los  ojos  con  un  suspiro  y  esperó oír que él también la amaba.

Pedro le besó la nariz.

—Me alegro. Nos casaremos enseguida. Podemos volar a Las Vegas este fin de semana y quitarnos eso de en medio.

Paula sintió que las chispas y los rayos de sol se apagaban un tanto.

—¿Casarnos porque Feli lo quiere? —preguntó.

Él la miró sin comprender.

—Bueno, sí. Y yo también lo quiero. Tú y yo nos llevamos muy bien. Y lo más importante, creo que es lo mejor para Feli.

Paula sabía que en eso tenía razón. Se llevaban bien y era lo mejor para Feli.Pero no era suficiente.—

¿Cuál es el problema? —preguntó él, al ver que ella no contestaba—. ¿Qué he hecho ahora? —su voz sonaba a la defensiva.

Paula se sentó en la cama y tiró de la sábana para taparse.

—Feli quiere que nos casemos y a tí te basta con eso, ¿eh? Supongo que tiene sentido.  Si  Feli  quiere  una  videoconsola  se  la  compras;  si  quiere  a  tu  perro,  se  lo  das  y  si  quiere  que  nos  casemos,  entonces  no  hay  nada  que  hablar  porque  Feli  tiene que conseguir lo que quiere.

Pedro se sentó a su lado con una mueca de impaciencia.

—Feli no es el único que quiere eso. Yo también lo quiero. Te deseo.

—Me deseas —repitió ella.

—Sí, yo te deseo y tú me deseas a mí. Los dos estamos solos y tenemos un hijo juntos,  un  hijo  que quiere  que  se  casen  sus  padres,  un  hijo  que  no  necesita  pasar  el  resto de su infancia yendo y viniendo de San Antonio aquí.

Paula cruzó las manos en el regazo.

—Pedro.  He  dicho  que  te  quiero  y  lo  decía  en  serio.  Ahora  quiero  saber  si  tú  me amas a mí.

Hubo un silencio.

—Mira, no sé si te amo —gruñó él al fin—. Ya no.

—¿Ya no? —repitió ella.

—Eso es.

—No  desde... —Paula dejó  la  frase  sin  terminar,  vió  la  mirada  de  él  y  le  costó  entender que no se hubiera dado cuenta antes.Que  se  acostara  con  ella,  la  tratara  con  educación  y  riera  y  gastara  bromas  con  ella no significaba que había dejado atrás el pasado.Ella creía que sí, pero estaba equivocada.

—Te   oculté   a   tu   hijo   y   eso   no   puedes   perdonarlo   —dijo—.   No   puedes   perdonarlo y por lo tanto no puedes quererme.

Pedro la miraba con el ceño fruncido.

—Esto es una estupidez. Sólo son palabras. Tú dices que me quieres y yo quiero casarme contigo. A mí me parece muy sencillo.

Paula se miró las manos, que apretaba de tal modo que tenía los nudillos blancos. Movió la cabeza.

—¡Oh, Pedro! He interpretado mal todo esto. Lo siento.

—Cásate conmigo.

Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

—No, no. No puedo casarme contigo —apartó la sábana y salió de la cama.

Pedro le clavó los dedos en el hombro.

—Dí mejor que no quieres.

Paula asintió con la cabeza.

—Es verdad. No quiero.

—Porque  no  digo  que  te  perdone.  Porque  no  te  digo  palabras  bonitas  de  amor...

—No  es  cuestión  de  palabras  y  creo  que  tú  lo  sabes.  Es  cuestión  de  lo  que  sientes por mí en tu corazón.

—No puedes culparme por no...

—No.  Yo  no  te  culpo  por  nada.  Hice  algo  que  no  puedes  perdonar.  Antes  no  entendía  lo profundo  que  es  tu  enfado  conmigo,  pero  creo  que  ahora  sí.  Quita  la  mano, por favor —los dedos de él la apretaron con más fuerza—. Suéltame —repitió ella muy seria.

Pedro la  soltó  y  ella  se  levantó  y  recogió  su  ropa,  dispersa  por  el  suelo.  Lo  miró.

—Buenas noches.

—¿Y ahora qué? —preguntó él.

—Mañana  hablaré  con  Feli.  Le  explicaré  que  lo  quiero  y  que  tú  también  lo  quieres,  pero  que  tú  y  yo  no  nos  amamos  como  deben  amarse  los  matrimonios.  Luego  me  iré  a  San  Antonio.  Feli  puede  quedarse  aquí  hasta  el  final  del  verano,  como habíamos acordado. Cuando venga a buscarlo a finales de agosto, hablaremos de qué fechas estará aquí y cuáles conmigo.

—No puedo creer que estés dispuesta a hacerle esto.

Y ella no podía creer lo mucho que en ese momento se parecía él a su abuelo, el viejo y dominante Pedro. Pero no se lo dijo. Después de todo, intercambiar insultos no iba  a  arreglar  las  cosas  entre ellos.  En  ese  momento  concreto,  dudaba  de  que  nada  pudiera hacerlo.

—Buenas noches —repitió.

Y esa vez él no hizo nada por retenerla.

4 comentarios:

  1. Uh! Ya me parecía que Pedro no iba a perdonar así nomas los años que se perdió de su hijo... 😳

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  2. Uyyyyyyyyy, se va a arrepentir Pedro de no perdonarla. Què bolonqui se armò.

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