La alegría invadió a Paula, quien se volvió en sus brazos y levantó la boca. Pedro la besó y ella pensó que era el beso más tierno que se habían dado. Cuando él levantó la cabeza, fue para susurrar:
—¿Has dicho que sí?
Paula se abrazó con fuerza a él.
—¡Oh, Pepe! ¡Te quiero tanto! Te quiero con todo mi corazón.Por fin lo había dicho, y había sido muy fácil. Cerró los ojos con un suspiro y esperó oír que él también la amaba.
Pedro le besó la nariz.
—Me alegro. Nos casaremos enseguida. Podemos volar a Las Vegas este fin de semana y quitarnos eso de en medio.
Paula sintió que las chispas y los rayos de sol se apagaban un tanto.
—¿Casarnos porque Feli lo quiere? —preguntó.
Él la miró sin comprender.
—Bueno, sí. Y yo también lo quiero. Tú y yo nos llevamos muy bien. Y lo más importante, creo que es lo mejor para Feli.
Paula sabía que en eso tenía razón. Se llevaban bien y era lo mejor para Feli.Pero no era suficiente.—
¿Cuál es el problema? —preguntó él, al ver que ella no contestaba—. ¿Qué he hecho ahora? —su voz sonaba a la defensiva.
Paula se sentó en la cama y tiró de la sábana para taparse.
—Feli quiere que nos casemos y a tí te basta con eso, ¿eh? Supongo que tiene sentido. Si Feli quiere una videoconsola se la compras; si quiere a tu perro, se lo das y si quiere que nos casemos, entonces no hay nada que hablar porque Feli tiene que conseguir lo que quiere.
Pedro se sentó a su lado con una mueca de impaciencia.
—Feli no es el único que quiere eso. Yo también lo quiero. Te deseo.
—Me deseas —repitió ella.
—Sí, yo te deseo y tú me deseas a mí. Los dos estamos solos y tenemos un hijo juntos, un hijo que quiere que se casen sus padres, un hijo que no necesita pasar el resto de su infancia yendo y viniendo de San Antonio aquí.
Paula cruzó las manos en el regazo.
—Pedro. He dicho que te quiero y lo decía en serio. Ahora quiero saber si tú me amas a mí.
Hubo un silencio.
—Mira, no sé si te amo —gruñó él al fin—. Ya no.
—¿Ya no? —repitió ella.
—Eso es.
—No desde... —Paula dejó la frase sin terminar, vió la mirada de él y le costó entender que no se hubiera dado cuenta antes.Que se acostara con ella, la tratara con educación y riera y gastara bromas con ella no significaba que había dejado atrás el pasado.Ella creía que sí, pero estaba equivocada.
—Te oculté a tu hijo y eso no puedes perdonarlo —dijo—. No puedes perdonarlo y por lo tanto no puedes quererme.
Pedro la miraba con el ceño fruncido.
—Esto es una estupidez. Sólo son palabras. Tú dices que me quieres y yo quiero casarme contigo. A mí me parece muy sencillo.
Paula se miró las manos, que apretaba de tal modo que tenía los nudillos blancos. Movió la cabeza.
—¡Oh, Pedro! He interpretado mal todo esto. Lo siento.
—Cásate conmigo.
Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.
—No, no. No puedo casarme contigo —apartó la sábana y salió de la cama.
Pedro le clavó los dedos en el hombro.
—Dí mejor que no quieres.
Paula asintió con la cabeza.
—Es verdad. No quiero.
—Porque no digo que te perdone. Porque no te digo palabras bonitas de amor...
—No es cuestión de palabras y creo que tú lo sabes. Es cuestión de lo que sientes por mí en tu corazón.
—No puedes culparme por no...
—No. Yo no te culpo por nada. Hice algo que no puedes perdonar. Antes no entendía lo profundo que es tu enfado conmigo, pero creo que ahora sí. Quita la mano, por favor —los dedos de él la apretaron con más fuerza—. Suéltame —repitió ella muy seria.
Pedro la soltó y ella se levantó y recogió su ropa, dispersa por el suelo. Lo miró.
—Buenas noches.
—¿Y ahora qué? —preguntó él.
—Mañana hablaré con Feli. Le explicaré que lo quiero y que tú también lo quieres, pero que tú y yo no nos amamos como deben amarse los matrimonios. Luego me iré a San Antonio. Feli puede quedarse aquí hasta el final del verano, como habíamos acordado. Cuando venga a buscarlo a finales de agosto, hablaremos de qué fechas estará aquí y cuáles conmigo.
—No puedo creer que estés dispuesta a hacerle esto.
Y ella no podía creer lo mucho que en ese momento se parecía él a su abuelo, el viejo y dominante Pedro. Pero no se lo dijo. Después de todo, intercambiar insultos no iba a arreglar las cosas entre ellos. En ese momento concreto, dudaba de que nada pudiera hacerlo.
—Buenas noches —repitió.
Y esa vez él no hizo nada por retenerla.
Uyyy no porque se pudrió todo!!!
ResponderEliminarUh! Ya me parecía que Pedro no iba a perdonar así nomas los años que se perdió de su hijo... 😳
ResponderEliminarNo se armó!! 😑
ResponderEliminarUyyyyyyyyy, se va a arrepentir Pedro de no perdonarla. Què bolonqui se armò.
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