—De acuerdo. Lo haremos juntos.
—Pero se lo dirás tú.
—Está bien. Y tú puedes intervenir en cuanto te apetezca.
—Gracias —repuso él con sequedad.
—Y no deberíamos dejarlo ni un día más. Mañana es sábado y no tendrás que ir corriendo al bufete. Él no va a casa de Nahuel hasta por la tarde. Se lo diremos en el desayuno y habrá tiempo de sobra para hablar.
Pedro volvió la cabeza y la miró por encima del hombro.
—De acuerdo. Mañana en el desayuno —dijo de mala gana.
—Hay que hacerlo —repuso ella—. Y todo saldrá bien. Ya lo verás.
A la mañana siguiente, cuando los tres estaban sentados a la mesa, Paula empezó a explicarle a su hijo que tenía un padre. Antes de que llegara a la parte de quién era el padre, Feli dejó la cuchara en los cereales.
—Un momento. ¿Yo tenía un padre... antes de papá?
Pedro lanzó a Paula una mirada de advertencia desde su silla.Ella sonrió al padre de su hijo, pero Pedro no abandonó su expresión sombría.La joven miró de nuevo a Feli, quien la observaba confuso, con mil preguntas en los ojos.
—Supongo que no te acuerdas del tiempo antes de Manuel, cuando estábamos tú y yo solos.
Feli frunció el ceño.
—No sé. Me parece que no.
—Tú eras muy pequeño. Yo empecé a salir con Manuel cuando tenías dos años y nos casamos cuando tenías tres recién cumplidos. Pero antes de casarme con él, tú y yo habíamos hablado de tu padre biológico...
Feli se echó atrás en la silla. Tenía el ceño fruncido.
—Mamá, dices que sólo tenía tres años. Yo no me acuerdo.
—Eso no importa. La verdad es que mucho tiempo antes de Manuel hubo otra persona... especial. Alguien a quien yo quería mucho y una noche me llevó a un baile y, bueno... te hicimos a tí.
—¿En el baile?
Paula parpadeó.
—No. Después.
—¡Oh!—Pero dónde ocurriera no tiene importancia.
—¿No?
—No, lo que importa es que te hicimos. Y luego él tuvo que marcharse y no supo que tú habías nacido y yo no pude encontrarlo para decirle que existías y entonces conocí a Manuel y...
—Mamá.
—¿Sí?
—No tienes buen aspecto. ¿Estás bien?
—Sí. Claro que sí. Es sólo que... esto no es fácil, ¿Sabes? —no podía mirar a Pedro; sabía que, si lo hacía, se echaría a llorar. Feli frunció aún más el ceño.
—¿Estás diciendo que papá no era mi padre de verdad?
—Bueno, ah...
—¡Espera! —Feli se echó hacia delante en la silla y su barbilla quedó justo encima del tazón de cereales—. Ya lo entiendo. Es como Joaquín. Tuvo su primer padre y después su madre se casó otra vez y ése es su segundo padre, su padrastro. Dos padres.¿Y tú dices que yo también tengo dos padres?
—Sí, sí, eso es justamente lo que digo.
Feli achicó los ojos.
—¿Pero quién es mi primer padre?
Y Pedro habló al fin, en voz baja y ronca.
—Ese soy yo.
Hubo un silencio.
Al fin Feli miró a Pedro de soslayo.
—¿Tú eres mi primer padre?
Pedro tragó saliva con esfuerzo.
—Así es. Yo soy tu primer padre.
Feli volvió a tomar la cuchara.
—Bueno... —se quedó un momento pensativo—. ¿Tengo que llamarte papá?
Pedro lo miró atónito.
—¿Llamarme papá?
—Sí. ¿Tengo que hacerlo?
—¿Tú quieres?
Feli pensó otro momento.
—Sí. Creo que sí. A un padre hay que llamarlo papá. Eso es lo que yo pienso.
Pedro tragó saliva de nuevo.
—Pues entonces sí. Llámame papá.
—De acuerdo, papá —Feli asintió con la cabeza, como si estuviera seguro de su decisión, y se metió una gran cucharada de cereales en la boca.
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