domingo, 18 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 24

Salieron del coche y entraron en la cafetería. Ella se llevó una sorpresa al ver que varios clientes saludaban a Pedro. No esperaba que la llevara a un lugar donde lo conocieran, y se sorprendió todavía más cuando él se detuvo un momento y le presentó a un hombre que estaba solo en una mesa contigua a la que finalmente eligieron.

—Me sorprende que me hayas presentado… —dijo ella.

—¿Por qué? —pregunto él, arqueando una ceja—. Es amigo mío, y ahora también te conoce a tí.

—De todas formas, me sorprende —murmuró.

Paula bajó la mirada y echó un vistazo a la carta del establecimiento. Por primera vez desde que había salido de la cárcel se sentía una persona normal. Iba a desayunar con un hombre, que además le había presentado a un amigo como si fuera lo más natural del mundo. Y aunque solo fuera una reunión de negocios, la sensación era francamente agradable. Pidieron el desayuno y ella sacó la libreta.

—No, desayunemos primero.

—Esta bien, como quieras —dijo ella—. Por cierto, ¿Cómo se llama tu hijo?

—Franco.

—¿Ya va al colegio?

—Si, empezó en preescolar el año pasado. Le encanta.

Paula pensó que su hija estaría en segundo o tercero y se preguntó si se divertiría en el colegio, si le gustarían las matemáticas como a Sergio o tendría gustos más artísticos.

—Me alegra que le guste. Yo quería dar clases a niños. Era mi sueño…

—Todavía puedes hacerlo.

—Haces que parezca muy fácil, pero las cosas han cambiado. Ahora no podría soportar un trabajo entre cuatro paredes. Odio estar encerrada. Si no hiciera tanto frio, creo que viviría al raso… quien sabe, tal vez me marche al sur a empezar de cero.

—Bueno, te encontraremos un trabajo al aire libre. Aunque sea en pleno invierno —dijo Pedro—. Ahora que lo pienso, tal vez haya algo en las pistas de esquí…

—Tal vez, pero no abrirán hasta que lleguen las nieves. Y en todo caso, sería un trabajo estacional y yo necesito algo permanente —le recordó.

Paula echó un vistazo a su alrededor y tuvo la impresión de que había más gente que antes. Pero no era cierto. Empezaba a sentir el viejo agobio de sentirse encerrada.

—¿Te encuentras bien? —pregunto él, al notar su expresión.

—No, pero me recuperaré enseguida.

Pedro extendió un brazo y la tomó de la mano. Paula no esperaba que hiciera algo así, pero logró contenerse y se relajó un poco. Le gustaba su contacto. Se sintió mucho mejor y el agobio empezó a desvanecerse.

—¿Claustrofobia? —pregunto él.

Ella asintió y él la acarició suavemente antes de apartarse.

—Si quieres, podemos pedirles que nos lleven el desayuno a la terraza.

Paula miró por la ventana y estuvo a punto de reír. Llovía y la gente iba con paraguas.

—Creo que sería un poco excéntrico por nuestra parte —dijo con una sonrisa—. No, estoy bien, en serio. Solo tengo que concentrarme un poco y olvidar que estoy en un lugar cerrado.

—Cuando consigas un empleo necesitaras un lugar donde vivir. ¿Has pensado en algo?

—No. Lo único que sé es que no quiero vivir cerca del sitio donde vivía con Sergio. Me traería demasiados recuerdos.

—¿Y qué tipo de casa preferirías? ¿Un piso en el centro? ¿Algo tradicional, moderno…?

Paula lo pensó durante unos segundos y suspiró.

—Me gustaría vivir en el campo. En algún lugar con árboles y tal vez un arroyo…

—Veo que no bromeabas al decir que te gusta el aire libre.

Ella sonrió. Se sentía cómoda con él. Y Pedro la miraba como si la encontrara la mujer más fascinante de la Tierra. O tal vez, como si sospechara. Como si no creyera del todo en su inocencia.

—Dime una cosa, Pedro…

—Adelante.

—¿Crees que he matado a alguien?

Pedro movió la cabeza en gesto negativo.

—Yo no he matado a nadie —continuó ella—. Lo he repetido una y otra vez durante años y nadie me creía. Y tu me miras de un modo tan intenso que cualquiera diría que desconfías de mí.

Pedro la miró a los ojos.

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