lunes, 24 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 41

Pedro reconoció el coche de Paula y aparcó el suyo detrás. Estaba rojo de furia según se acercaba a la casita. Al llegar a la puerta, llamó al timbre. Después dio unos pasos atrás y miró la casa. Los arbustos de la entrada estaban floridos y la casa tenía un aspecto de cuento. Era muy del estilo de Paula, y si no hubiera estado tan enfadado, habría sonreído.
Volvió a llamar sin respuesta. El canto de los pájaros llenaba la cálida mañana de junio, y él, impaciente, rodeó la casa y descubrió que se componía de dos alas con un patio intermedio con una fuente en el centro.
Estaba embarazada. Aun desde la distancia podía ver su vientre hinchado y la rabia se incrementó.
Ella estaba en una tumbona, pero no se movió cuando él se acercó. Pedro se detuvo para mirarla; estaba tan guapa que se quedó sin respiración y sintió una fría náusea en el estómago: los síntomas de enamoramiento que no había logrado dejar atrás.
Paula llevaba un leve vestido de muselina de tirantes que dejaba entrever la curva de sus pechos. Tenía una mano colocada a modo de protección sobre la barriga. Estaba embarazada de él y no se lo había dicho.
—Entonces es verdad, Paula.
Ella abrió los ojos y creyó estar soñando.
—Pedro... —murmuró soñolienta. Llevaba unos chinos y un polo y estaba... —. ¡Pedro! —no era un sueño. El pulso se le aceleró y él siguió mirándola con ojos furiosos.
—¿Cómo has podido pensar que podrías ocultarme tu embarazo?
—preguntó él con dureza.
—No sé de qué me hablas. Mi embarazo no es ningún secreto —dijo ella, poniéndose de pie y volviendo a sentir el dolor de su separación—. Pero puesto que dijiste que no querías volver a ver nunca más, no es raro que no te enteraras de mi embarazo —le espetó ella.
¿Es que Paula no tenía ni idea de lo que había pasado aquellos meses? Enfermo de amor por ella, echándola de menos, sin poder dormir por las noches... había trabajado incesantemente para apartarla de su mente. Había hecho mucho dinero en el proceso que no necesitaba, pero nada le curaba de su necesidad de Paula . Por desesperación había invitado a Anabella, sólo a cenar, una noche, pero fue un desastre antes de empezar. Ahora Paula estaba frente a él, mirándolo desafiante y él ya había sufrido bastante.
—No tientes mi paciencia —le dijo—. Sabes muy bien a qué me refiero. No pensabas decirme que estabas embarazada. Te pregunté si había alguna posibilidad cuando nos separamos, y me mentiste diciendo que no, pero no vas a poder volver a decirme eso.

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