sábado, 22 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 33

Al verla salir, Pedro supo que hacer feliz a Paula en la cama no era lo más importante para él: quería mucho más. Quería que ella fuera incapaz de abandonarlo, quería ser el centro del universo. Pedro Alfonso, el hombre que no creía en el amor, había quedado cautivo en sus redes. Había intentado negárselo a sí mismo desde el día que se conocieron, pero sólo porque pensaba que estaba casada. Por eso se había pasado casi un año de celibato, cuando desde su adolescencia no había pasado dos meses seguidos sin tener a una mujer; entonces debió darse cuenta de que algo no iba bien. Había empezado a salir con Anabella por pura desesperación, pero cuando volvió a ver a Paula y supo que era libre, trazó un plan y gastó una fortuna en hacerla suya.
Sorprendido, miró a su alrededor. Aquél era un lugar ideado por dos amantes, pero no por Pedro. En realidad, a él no le importaba nada la casa; era el sueño de Theo, no el suyo, aunque lo había usado junto con la tragedia personal de su padre para obligar a Paula a casarse con él.
Demonios... ¿Cómo podía esperar que ella se enamorara de él con ese comportamiento? De hecho, si ese terror que le retorcía las tripas era el amor, no estaba seguro de quererlo en su vida.
Paula respiró más tranquila al llegar al borde del agua.
Pero el miércoles, después de que Pedro le enseñara a Juan , el arquitecto la casa mientras Paula permanecía en el exterior, ya no estaba tan seguro de ello.
Juan era joven y guapo, y al ver la habitación se le iluminaron los ojos, aunque nada comparable a cuando salieron fuera, después de dibujar un plano, y se encontraron a Paula en biquini tomando el sol.
Pedro se dió cuenta de que no le gustaba nada que el resto de los hombres compartieran su aprecio por el cuerpo de su esposa, ni que el arquitecto le comentara en griego si de verdad quería deshacerse de la habitación. Él lo miró de tal manera que le borró la sonrisa de un golpe, y después fue hacia Paula.
—Creo que ya has tomado bastante el sol por hoy,Paula—le dijo, y le ofreció la mano para ayudarla a levantarse. Después tomó la toalla y la tapó con ella. En sus ojos vió que estaba sorprendida y se dió cuenta de que había estado muy brusco, pero nunca antes había estado celoso...—. El arquitecto ha hecho un bosquejo, y seguro que te gusta —dijo, rodeándola con el brazo, posesivo—. La casa tendrá forma de «L», con cuatro habitaciones. Además, haremos un cobertizo para barcos y acondicionaremos el muelle. Con eso resolveremos el acceso de Theo a la casa.
—¿Quieres decir que habrá que tapar el jardín y las rocas?
—Sí. Es muy lógico, ¿no te parece? —dijo él, cada vez más entusiasmado—. El sol da a ese lado por la tarde, y podríamos construir un porche a lo largo del edificio para que dé sombra. El resto será un patio enlosado para poder cenar fuera. Podrás tener plantas en tiestos y todo lo que quieras. Así tampoco requerirá mucho mantenimiento.
—No —rechazó ella firmemente, y le dijo a Juan—. Lo siento, pero tendrás que hacer otros planes. Tal vez otro piso en la casa, o restaurar las dos habitaciones que había al principio.
Pedro estaba asombrado y algo dolido por su inmediato rechazo del plan.
—Paula ten en cuenta que ése es el único terreno aprovechable. Además, el jardín no es necesario con la belleza natural de la bahía alrededor.
—Para mí sí lo es —declaró ella, sin mirarlo a los ojos.
Él ya sabía lo mucho que le gustaba a ella la jardinería, pero aquello rozaba el ridículo.
—De acuerdo —le dijo a Juan—. Enséñale el bosquejo y tendrá que admitir lo bueno que es.
Pero para su sorpresa, Paula tomó el papel y lo hizo trocitos.
—Me temo que mi esposo te ha confundido, Juan. Esta casa es mía y sólo mía, y si se altera de algún modo, tendrá que ser bajo mi consentimiento. ¿Está claro, Pedro? —preguntó, mirándolo furiosa—. Por lo que recuerdo, así lo firmamos en el contrato prematrimonial —recordó con toda la intención—. Tú te quedas lo tuyo para tí, y yo hago lo mismo con lo mío. Y ahora, si me disculpas, me voy a bañar —y se quitó la toalla para dirigirse al agua.
Pedro tuvo ganas de estrangularla, pero en su lugar, acompañó al arquitecto a la entrada de la propiedad. Para cuando bajó del acantilado, Pedro había tenido tiempo de pensar y su malhumor se había calmado.
Era un nombre inteligente que había hecho una fortuna interpretando las fluctuaciones de la Bolsa, así que intentó aplicar sus habilidades para comprender a su esposa. Paula era una mujer sexy como una diablesa, pero también dulce y leal. Todo el mundo la adoraba y ella se sentía a gusto con todo el mundo. Nunca se había compenetrado sexualmente de ese modo con otra mujer, y no se saciaba de ella. De hecho, la fuerza de sus sentimientos casi lo asustaba; lo que tenía con ella no era sólo una conexión física, sino también mental. La amaba y no había sentido nada igual en su vida.
Por eso sabía que no era propio de ella reaccionar como lo había hecho con el arquitecto. ¿Por qué era tan importante el jardín? Se quitó la ropa, se quedó en bañador y fue hacia el agua. Como Afrodita surgiendo de las aguas, ella se puso de pie y se echó el pelo a un lado. Después inclinó la cabeza y se escurrió la melena. Él pudo ver cómo se ponía tensa en cuanto lo vió, pero empezó a caminar lentamente hacia él.
Se encontraron al borde del agua... ¡Dios, era preciosa! Pero se sacudió la cabeza. No era el momento de pensar en aquello. Lo que quería era saber lo que había hecho que se comportara de un modo tan poco propio en ella.
—Juan se ha marchado y no volverá hasta que tú quieras —le colocó la mano en la suya—. Tenemos que hablar.
—Eso suena muy serio —dijo ella, pero él la condujo hasta la toalla extendida sobre la arena, se sentó y la obligó a imitarlo—.Pedro, tengo que vestirme. Tenías razón en lo de que ya he tomado mucho el sol.
—No vas a ir a ningún lado hasta que no me digas por qué es tan importante el jardín para no poder solarlo. Estoy seguro de que me ocultas algo.
Paula se estremeció. Pedro estaba casi desnudo y aunque ella había perdido gran parte de su inhibición en la última semana, inhibición que había ignorado poseer hasta que Pedro fue su amante, empezaba a costarle respirar, así que pensar en una mentira creíble era inviable.
—Ni lo intentes —le dijo él—. Tus ojos te delatan siempre. Intenta confiar en mí esta vez.
Confiar en Pedro... ése sí era un concepto nuevo que no había tenido en cuenta.
—Te prometo que tu secreto estará seguro conmigo.
—¿Se ha acabado ya la fiesta? —dijo Pedro tras ella, con expresión divertida.
—Me parece que sí —respondió Paula—. Ahora lo que quiero es volver a nuestro cómodo hotel y ser mimada de arriba abajo.
Pedro le tomó la cara entre las manos; ella tenía el pelo suelto y brillaba con la luz. Ella lo miró y Pedro quiso decirle cómo se sentía para ver la melancolía desaparecer de sus ojos y que éstos brillaran de emoción. Pero no lo hizo. En su lugar, la besó tiernamente. Paula era suya; haría todo lo que pudiera para mantenerla, y eso era todo lo que necesitaba saber...

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