miércoles, 24 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 45

Diana la imitó.


—Ya te hemos molestado bastante.


Silvia la siguió.


—Gracias por recibirnos.


—Las acompaño a la puerta —ofreció Paula.


Pedro las siguió con una creciente tensión. Tenía la sensación de haber sido descortés.


—Necesito descansar —dijo con una sinceridad poco característica en él—. El médico me ha diagnosticado un grado de estrés elevado y sólo si me quedo aquí podré reducirlo.


Lucrecia se volvió hacia él.


—Tu padre no se cuidaba. Yo siempre insistía, pero…


Diana frunció el ceño.


—Y tu madre murió de un ataque al corazón…


—Necesitas que te dejemos en paz —dijo Silvia, como si hablara por todas ellas. Y con gesto solemne, añadió—: Comprendemos perfectamente. No volveremos a molestarte durante tu recuperación, Pedro, te lo aseguro. Entre tanto, cuídate por favor.


—Sí, claro —balbuceó Pedro, desconcertado por la sincera preocupación que demostraban por él, así como por el hecho de que, una a una, lo besaran.


Finalmente, Lucrecia le palmeó la espalda como solía hacer cuando era pequeño y echaba de menos a su madre, un gesto que Pedro sólo recordó en aquel instante.


—Creo que voy a echarme una siesta —dijo a Paula cuando se marcharon. Estaba tan confuso que necesitaba estar a solas, reflexionar sobre lo que había ocurrido.


—Pensaba que querrías hablar de tus madrastras. Parecían genuinamente preocupadas.


—Sí… No… Quiero decir que tienes razón, pero que preferiría no hablar de ello ahora mismo.


—Vete a la cama —dijo Paula, sonriendo con dulzura—. Te encontrarás mejor en cuanto descanses. 


Habló como si su vida estuviera en completo orden, como si nada la hubiera perturbado a pesar de lo que había estado a punto de suceder antes de que los interrumpieran. «Cuando te interrumpieron a punto de hacerle el amor», pensó Pedro. Y subió las escaleras con tanta energía que el dolor le llegó a la cadera. Aunque lo dudaba, quizá meter la cabeza en agua fría le aclararía la mente. 


Llevaba las uñas pintadas de verde y un largo fular del mismo color al cuello, como una estrella de cine de los años cincuenta. Pero Paula no era una estrella y estaba preocupada. Se había coloreado algunos mechones del cabello a juego con las uñas y el pañuelo, pero lo que solía hacerle sentir bien, aquella vez no había surtido efecto. Estaban en un parque de flores silvestres, a unos cuarenta minutos de la casa de campo de Pedro. Era su segundo día de retiro absoluto, y  confiaba en que el tratamiento estuviera funcionando y sus niveles de estrés se redujeran a pesar del ambiente tenso que había entre ellos desde el incidente en el prado y la visita de las madrastras de él. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario