viernes, 26 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 50

 —¿Continúo o quieres que busque un sitio para esperar a que amaine? —preguntó ella sin apartar la mirada del asfalto.


—Si puedes seguir, es mejor que continuemos. Estamos cerca —tras una breve pausa, Pedro añadió—: Sólo si puedes, Paula.


—Tengo que poder —dijo ella con determinación.


Durante los últimos kilómetros el viento volvió a arreciar y llovió con fuerza. El coche se zarandeaba y en el exterior había un ruido ensordecedor. Para cuando paró el motor a la puerta de la casa, Paula estaba pálida y exhausta. Se volvió hacia Pedro. Con voz temblorosa, y gritando por encima de la lluvia torrencial, preguntó:


—¿Puedes quitarte la camisa y usarla para proteger la escayola?


—Sí. De todas formas, no creo que pase nada porque se moje un poco —Pedro estaba más preocupado por ella que por la escayola, pero Paula no le dió tiempo a decirlo.


Le ayudó a quitarse la camisa y a atarla alrededor de la pierna.


—Ten cuidado en los escalones. Estarán resbaladizos —dijo él cuando se disponían a salir. Quiso añadir que había hecho un magnífico trabajo, pero decidió esperar a estar en el interior.


—Después de haber corrido peligro de caer por un precipicio, resbalarme en las escaleras sería lo de menos —dijo ella. 


Pero aunque intentó usar un tono ligero, Pedro pudo intuir la angustia que ocultaba. Entraron en el vestíbulo empapados. El agua se deslizaba desde sus cabezas hasta el suelo.


—Lo has hecho magníficamente —dijo él, mirándola—. Nos has traído a casa sanos y salvos —suspiró y le secó una gota de lluvia verde de la cara. Tenía un aspecto tan vulnerable que sintió un nudo en el estómago.


—Estaba aterrorizada —confesó ella. Y, temblando, agachó la cabeza como si sólo entonces fuera plenamente consciente de la responsabilidad que había asumido.


—Ven aquí, pequeña —Pedro la atrajo hacia sí y la estrechó contra su calado pecho.


La sensación fue maravillosa y reconfortante después del peligro que habían pasado. Los dos lo necesitaban, y Pedro se permitió disfrutar del momento, respirando el aroma de Paula y besándole la cabeza sin importarle que los labios se le tiñeran de verde. Cuando ella le rodeó la cintura con los brazos, él le pasó los suyos por los hombros y la estrechó aún más contra sí. Sintió entonces cada curva de ella, sus senos contra su pecho, la suave redondez de su vientre contra su pelvis. Iba a besarla, pero ella bajó los brazos y retrocedió. 

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