viernes, 26 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 49

Se trataba de Tomás Coates. Pedro le escuchó sin poder apartar la mirada de Paula. Su expresión fue iluminándose y, tras una breve pero intensa conversación, colgó obviamente satisfecho.


—¿Qué sucede? —preguntó Paula al tiempo que guardaba el teléfono—. ¿Buenas noticias?


Pedro mordisqueó su última patata antes de anunciar:


—El proyecto de Beacon's Cove vuelve a estar dentro del plazo y una cooperativa de compradores se ha comprometido a adquirir la mitad de los departamentos del complejo. Coates y McCarty han hecho un trabajo excelente.


—¡Cuánto me alegro, Pedro! —Paula alargó la mano como para apretar la de él, pero acabó dejándola sobre el regazo—. Se ve que tienes un buen equipo.


—Se ve que sí —Pedro se quedó taciturno. 


Que tuviera colaboradores eficientes no significaba que tuviera que cambiar sus hábitos de trabajo. Otra cosa era que quisiera hacerlo, que ya no quisiera volver a una existencia frenética y estéril, carente de sentimientos. Señaló el plato de Paula.


—¿Has acabado?


—Sí.


Mientras salían del comedor, Pedro miró el reloj y descubrió que había pasado bastante más rato de lo que pensaba. En el exterior, las nubes se agolpaban y amenazaba lluvia. El perro había abandonado el felpudo para tumbarse junto a la pared del pub.


—Será mejor que vayamos a casa —Paula fue hacia el coche—, a tu casa, quiero decir.


—Sí, parece que va a llover —Pedro subió al coche, pensando cuánto le gustaba oír las palabras «Vayamos a casa» en labios de Paula.


Guardó silencio. Todas sus emociones parecían girar en torno a ella, y eso le inquietaba. Cuando volvió a prestar atención al exterior, habían llegado al tramo de carretera más estrecho y peligroso. Un rayo rasgó el horizonte en dos, seguido del retumbar de un trueno. La lluvia estalló sobre ellos. Paula asió el volante con fuerza.


—Los limpiaparabrisas no consiguen despejar el agua y hace tanto viento que mueve el coche.


—Concéntrate en no perder el carril. Usa como guía la raya continua sin llegar a tocarla —dijo Pedro. No hizo falta que comentara que, si se salía de la vía, podían caer por un precipicio.


—Es más fácil decirlo que hacerlo —dijo ella con cara de concentración extrema.


Pedro sintió un creciente orgullo al verla lidiar con cada curva, con cada recodo de la carretera, y habría dado cualquier cosa por ser él el conductor y liberarla de una experiencia tan traumática. En dos ocasiones el coche se aproximó peligrosamente al borde, y en las dos, Paula recuperó el control del volante con suavidad, sin sobresaltos, mientras mantenía los ojos muy abiertos para atravesar la cortina de lluvia que caía sobre el parabrisas. Cuando lo peor de la carretera se acababa, la tormenta les dió un respiro. 

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