lunes, 29 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 55

 —Tienes un calambre —Paula retiró las sábanas y se arrodilló—. Deja que te ayude —añadió, al tiempo que se la masajeaba.


Pedro se reclinó sobre los codos y apretó los dientes. Poco a poco, a medida que le deshacía los nudos que le agarrotaban la pierna, Paula fue consciente del aspecto desalisado que ofrecía, del frescor de la habitación y del dulce aroma de la vela, mezclado con el olor a sábanas y cuerpos calientes. Detuvo las manos súbitamente. Él se incorporó y sus miradas se encontraron. Había dejado de llover. Sólo se escuchaba el sonido de sus respiraciones en la quietud de la noche. Paula pudo ver deseo, confusión, necesidad y curiosidad en los ojos de Pedro. Éste le rodeó la muñeca con los dedos. Ninguna otra parte de su cuerpo se tocaba, y aun así, un fuego que acabó con todas sus incertidumbres prendió en el interior de ella. ¿Por qué no hacer el amor con él? ¿Por qué no aprovechar el instante como tanta gente hacía?


—Quiero lo que veo en tu mirada, Pedro. Quiero que lo hagas realidad esta noche —susurró.


Pedro se quedó paralizado una fracción de segundo. Luego, en un tono casi amenazador, dijo:


—¿Sabes lo que estás diciendo?


—Sí —replicó ella sin amedrentarse.


—¡Dios mío, no puedo resistirme! —exclamó él. Y tirando de ella, la estrechó con fuerza contra sí y la besó hasta dejarla sin aliento.


Luego comenzó de nuevo, lentamente, a la vez que exploraba cada milímetro de su piel y le besaba el rostro, el cuello los párpados; apoyándose en el codo para elevarse sobre ella, la miró fijamente con adoración, le acarició la cara, trazó la línea de su hombro, bajó hasta uno de sus senos, luego al otro. Continuó hacia el hueco de su cintura y siguió la curva de su vientre hacia el ombligo. Sus ojos no dejaban los de ella, y le decían lo atractiva y deseable que la encontraba.


—Quiero sentir tu piel, Paula —susurró. Ella se estremeció y en cuestión de segundos él le había quitado la camiseta. Cada beso, cada caricia aceleraban su corazón un poco más. 


Paula le imitó; pronto los dos estaban completamente desnudos, y Pedro se preparaba. Paula no sabía cómo podría colocarse cobre ella con la escayola y el dolor del tobillo, y no pudo ocultar su preocupación:


—¿Cómo…?


—No te preocupes de eso —Pedro se puso completamente paralelo a ella, se acomodó a la altura necesaria y, cuando la penetró, la barrera interior de Paula cedió para dejarle entrar.


—Paula —gimió él. Y se quedó paralizado—. ¡Dios mío, Paula! —la besó con labios temblorosos.


—No me duele —mintió. Sabía que pronto se pasaría—. Por favor, no pares —lo asió con fuerza antes de susurrar—: Hazme el amor, Pedro. Ámame tanto como puedas. 


Pedro sentía el corazón retumbarle en el pecho. Embargado por la emoción, estrechó a Paula contra sí y le acarició la espalda mientras se preguntaba cómo podía haber tenido la fortuna de recibir semejante regalo.

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