miércoles, 10 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 12

¡Qué absurdo! ¡No había pensado nada por el estilo!


—No es mi culpa que el programa no funcione bien —dijo él, irritado—. He hecho lo que hacían las instrucciones, pero no ha servido de nada.


—Quizá no usaste suficiente tono de mal humor, y por eso no lo reconoce —dijo Paula, distraída por pensamientos de otra índole. Cuando se dió cuenta de lo que acababa de decir y vió la cara de sorpresa con la que él la miraba, estuvo a punto de reír.


—Eres… —Pedro la sujetó por el brazo con expresión de enfado y un brillo en los ojos de otro sentimiento, diametralmente opuesto— eres una ayudante personal muy extraña.


A Paula no le resultó un comentario ofensivo porque la mano con la que la sujetaba le indicó que el oso sentía curiosidad. Pedro abrió los ojos y se separó de ella bruscamente. Paula fue hacia la puerta. Tenía que alejarse antes de que el Monstruo de la Tentación interviniera y le hiciera decir algo de lo que luego se arrepentiría. Algo así como: "Pedro, no he podido evitar darme cuenta de que eres un hombre, y es evidente que tú has notado que yo soy una mujer". Pero en lugar de eso, hizo un comentario completamente prosaico.


—Si vienes a la cocina, te protegeré la escayola con un plástico para que no se te moje —dijo, borrando toda imagen que incluyera a su jefe desnudo, en la ducha.


—No es necesario —dijo él con firmeza. Y dió media vuelta.


Paula no se dejó desanimar por aquel nuevo desprecio a sus cuidados.


—De acuerdo. Iré a ocuparme de la cena —fue a la cocina y se esforzó por no volver a pensar hasta que oyó correr el agua en el piso de arriba.


Sacó la cazuela del horno y revolvió el guiso con energía. Era innegable que entre su jefe y ella se producía una extraña reacción química, pero estaba segura de que, si ninguno de los dos le prestaba atención, acabaría por neutralizarse. 


—¡Llego justo a tiempo! —Paula abrió la puerta del dormitorio, que su jefe había dejado entornada, y entró.


Después de cenar, Paula había sugerido que vieran la televisión juntos, pero él había dicho que tenía que hacer algunas llamadas. Durante la cena, habían charlado animadamente, lo cual era meramente anecdótico porque a Soph le daba igual gustarle o no a su jefe. Se había concentrado en dominar el leve brote de atracción que había sentido hacia él y ya lo tenía bajo control.


—Permíteme que deje esta bandeja y te ayude a meterte en la cama.


La bandeja contenía un quemador de incienso, un candelabro y una taza con un humeante líquido. La dejó sobre una cómoda y se volvió hacia su jefe. La enfermera Paula en acción. Su jefe la miró, paralizado. Llevaba unos pantalones verdes de pijama y el torso, desnudo, dejaba a la vista unos espectaculares hombros y unos marcados pectorales, además un leve vello que descendía hacia el ombligo.


—Hace calor, ¿No crees? —Paula apartó la mirada del cuerpo, pero encontrarse con sus ojos no le ayudó a relajarse. ¿Por qué tenía que acompañar aquel aspecto tan sensual con una expresión de irritación tan irresistible?


—La verdad es que no lo he notado —masculló él al tiempo que la recorría de arriba abajo con la mirada y se le tensaban los músculos.


Paula deseó tocarlo. No. No quería tocarlo. 

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