lunes, 1 de enero de 2024

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 66

 —Se ha acabado. Sé que serás parte de la vida de María, y lo respeto y apoyo. Hablaré con ella para poder trabajar más desde casa. Estoy segura de que podemos arreglar las cosas de tal manera que yo vaya menos a la tienda. Nuestros caminos no se tendrán que cruzar mucho.


—A pesar de todo lo que ha ocurrido, estás decidida a tirar todo esto por la borda —dijo, esbozando una dura mueca—. Ya no eres una quinceañera que está tratando de soportar el abandono al que ha sido sometida. Eres una afectuosa y bondadosa mujer joven capaz de comprometerse… Si eso es lo que eliges.


Pedro se dirigió hacia la puerta y la abrió. Entonces se echó para atrás.


—Lo más que puedo creer es que no eliges hacerlo —dijo sin tratar de retenerla.


Paula quería y necesitaba que la tocara, que la abrazara… Pero se dijo a sí misma que debía acostumbrarse a ello; que de aquella manera iba a ser su futuro.


—No me arrepiento de lo que ocurrió anoche —dijo, mirándolo a los ojos y levantando la barbilla—. Fue la experiencia más maravillosa de mi vida y nunca la olvidaré.


—Pero no me amas lo suficiente como para quedarte conmigo.


Paula no podía responder. Con el corazón roto, salió de la habitación y se marchó.



Durante tres días, Paula apenas comió, ni durmió, ni habló a sus hermanas. No había podido imaginarse cuánto podía doler aquello. Cada día que iba a la tienda de María era una tortura, ya que estaba constantemente preguntándose si Pedro iría a entrar. Quizá algún día él encontraría a alguien que lo amara como él se merecía. Le dolió el corazón al pensar que aquello podía ocurrir, y no pudo terminar el sandwich que había llevado para comer al lado del río. Cuando vió a una niña pequeña correr hacia un pequeño puente que había sobre el río, se quedó mirando un momento hasta que se dio cuenta de que era Valentina. Dió un grito. Era sábado por la tarde, la tienda había cerrado y ella había ido allí para pensar, para tratar de encontrar un poco de paz antes de regresar al piso. Volvió a gritar al ver que Pedro estaba allí y que se detenía delante del banco en el que estaba sentada ella.


—Hola, Paula —sin esperar a que ella contestara, se sentó a su lado—. Esperaba encontrarte por aquí.


Parecía calmado, pero uno de los músculos de su barbilla se puso en tensión y apretó las manos.


—He venido mucho por aquí estos últimos días. Parece que no puedo hacer ejercicio, ni beber té, por lo que coser es ahora mi trabajo… 

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