viernes, 29 de diciembre de 2023

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 65

Ese tipo de compromiso era implacable y absorbente, y Paula lo sabía muy bien; ella había agotado sus reservas al guiar a sus hermanas tras el abandono de sus padres. Pedro también parecía preocupado. Se vistieron y desayunaron mientras amanecía. Tras hacerlo, él apartó su taza de café y dirigió su mirada hacia el sofá para mirar a ella, con tal expresión de determinación reflejada en la cara que… La asustó. Entonces ella se levantó, sujetando el albornoz que llevaba puesto con fuerza.


—Me debería ir. Nos marchamos hoy…


Pedro también se levantó y habló calmadamente.


—Estoy enamorado de tí, Paula. Lo he estado durante mucho tiempo. Anoche lo acepté, y no creo que hacer el amor fuera tampoco para tí sólo un acto físico. Creo que sientes algo por mí, algo muy profundo. Y quiero tener esos sentimientos conmigo, cueste lo que cueste. 


Paula quería creer que Pedro hablaba en serio, pero su pasado estaba repleto de pérdidas, había sufrido mucho y, en aquel momento, cuando quería creer en él, cuando quería creer que podía responder a aquel amor que él le ofrecía, cuando quería ser lo suficientemente fuerte como para entregarle sus emociones… Se dió cuenta de que no podía. Se sintió enferma porque creía sinceramente que no podía hacerlo.


—Por favor. Esto es demasiado. No puedo… —no pudo continuar hablando.


E incluso en medio de todo aquel pánico se preguntó si él realmente la amaría. Quería aferrarse a esa esperanza, agarrarse a ella. Pero no podía.


—Anoche fue maravilloso —susurró, tratando de no pensar en las solitarias noches que le esperaban.


Pero era mejor detener todo aquello en aquel momento, antes de aprender a confiar en él y que sus deficiencias aparecieran.


—No sabía que iba a llegar a esto. Tú dejaste claro que nunca te comprometerías de nuevo con una mujer.


—Pensaba que sabías que había cambiado —dijo él, mirándola a la cara.


—Yo… Yo, no puedo… Tenemos que regresar a Australia, a la vida real —dijo Paula, deseando marcharse en aquel mismo momento y no parar hasta llegar a su habitación en su piso de Melbourne, para encerrarse en ella—. Esto sólo ha sido…


—Esto «No sólo ha sido»… —comenzó a decir Pedro, cuyos ojos reflejaron el enfado que empezó a sentir.


Paula no podía mirarlo. Él era todo lo que su corazón había estado deseando desde hacía seis años. Pero en aquel mismo hotel ella había construido sueños y, en aquel momento, quería su amor incluso más de lo que lo había hecho en el pasado, pero…


—No puedo cambiar lo que soy o lo que siento. No puedo darte el amor que necesitas, Pedro.


Un amor incondicional, ilimitado. Eso era lo que quería Pedro, y ella quería que lo tuviera, pero no sería ella quien se lo diera. No podía dar esa clase de amor porque estaba rota por dentro. Entonces se dirigió hacia la puerta. 


—¿Qué ocurre ahora, Paula? —preguntó él, cuyo cuerpo irradiaba tensión, mirándola a los ojos, exigiendo respuestas que ella no podía darle.


A Paula le dolió el corazón; era un dolor profundo y pesado porque no quería perderlo, y sabía que así iba a ser.


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