lunes, 4 de diciembre de 2023

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 18

 —Aquí estamos, como… Acordamos —dijo, entrando en la casa con la esperanza de dejar mucha distancia entre ellos al hacerlo.


Pero Pedro no la dejó pasar.


—Paula, estás estupenda —dijo él, agarrándola por los brazos y besándola en las mejillas.


Aquello fue tan mediterráneo, tan Pedro, tan encantador, que ella simplemente se quedó allí de pie. Entonces él le dió un suave beso en los labios, rápido pero sensual. Cuando se separaron, al mirarlo a los ojos, pudo ver el efecto que también en él había causado aquel beso.


—Yo… No puedes… Te dije que no quiero…


Pedro ignoró las protestas de Paula y saludó a su tía, dándole también dos besos en las mejillas. Entonces se apartó para que pudieran pasar.  Al entrar en casa de Pedro, ella sintió una inexplicable sensación de poder pertenecer a aquel lugar, pero era imposible, dado el comportamiento de aquel hombre.


—Pepe, es un placer estar aquí para ayudarte a conocer a tu tía —dijo Paula, advirtiéndole con la mirada de que esperaba que se ciñera a una actitud formal aquella noche.


La mirada de Pedro reflejaba la pasión que sentía, pero tras un momento asintió con la cabeza, imperceptiblemente. Él estaba de acuerdo con ella. El beso que le había dado sólo había sido para convencer a María. Eso estaba bien. Pero Paula no encontraba el gran sentimiento de alivio que debía sentir.


—La cena estará preparada en un momento —dijo Pedro, dirigiéndose a María—. Ven a conocer a Marisa, nuestra ama de llaves y niñera.


La casa era grande y estaba agradablemente decorada. En la mesa del comedor había un bonito arreglo floral. Paula se dió la vuelta y vió que Pedro la estaba mirando. Entonces sonrió, no queriendo que él notara lo confundida que estaba.


—¿Las flores son de tu jardín?


—Sí. Valentina y Marisa las han cortado y arreglado.


—Son muy bonitas —dijo María, nerviosa.


Cuando entraron en la cocina, encontraron a Valentina subida en un taburete, cortando masa de pastelitos con un molde con forma de canguro. Había harina por todas partes. En cuanto vio a su padre, trató de bajarse del taburete y sus ojos reflejaron aprehensión.


—Voy a por un paño. Lo limpiaré. Marisa dijo que podía jugar…


—Está bien —dijo Pedro, acercándose y tomando en brazos a su hija.


Pero no era para tratar de detenerla, y su cara no mostraba ningún signo del enfado sobre el que la niña parecía preocupada.


—La cena estará preparada en poco rato, piccola, así que quizá será mejor si te lavas las manos. Si quieres, después puedes terminar de cortar la masa. No importa si las cosas se manchan de harina.


La pequeña respiró profundamente, claramente tratando de calmarse.


—Voy a prepararme ahora mismo. Me daré mucha prisa —dijo.


—Buena chica —dijo Pedro. 

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