miércoles, 20 de diciembre de 2023

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 46

Pedro encendió la lamparita de noche, haciendo que la habitación se viera invadida de un suave brillo y que ella tuviera incluso mejor aspecto. Deseaba tanto abrazarla, que hasta le dolía. Pero todo lo que podía hacer era apretar los dientes y desear que ella no se diera cuenta del hambre que sentía de ella.


—Adelante. Comprueba cómo estoy, pero te sugeriría que te sentaras. Cuando te inclinas sobre mí, afecta a mi autocontrol.


—Está bien. Entonces me sentaré —dijo ella, sentándose cuidadosamente, todavía ruborizada.


—Quizá deberías acercarte más para verme.


Pedro observó cómo ella se acercó con cuidado, como si tuviera miedo de que, si hacía un movimiento brusco, la lanzara a sus brazos.


—Me acercaré más.


Se acercó a él lo suficiente como para examinarle las pupilas. Con sólo mover su hombro un poco hacia la derecha, él podía tocarla. La gente decía que los ojos eran el espejo del alma, y Pedro no estaba seguro de querer que Paula mirara en los suyos justo en aquel momento. Sin pensárselo dos veces, cerró los ojos y la tomó de la mano. Si lo veía como una estratagema para distraerla, funcionaba. Paula dió un grito ahogado, sorprendida, mirando las manos de ambos entrelazadas. Pero él no había planeado aquello, había sido algo en su interior que había insistido que hiciera la conexión con ella, que por lo menos tuviera una pequeña parte de ella en su posesión. Entonces abrió los ojos. Ella tenía una cara preciosa y una boca que le hacía… Desearla aún más. Paula levantó la vista y lo miró directamente a los ojos. ¿Estaría buscando alguna evidencia de problemas causados por la contusión? Sí, eso debía de ser parte del problema. Pero la vulnerabilidad que reflejaba la expresión de la cara de ella advirtió a Pedro de que no era sólo eso. Había mucho más.


—¿Tengo tres pupilas en cada ojo o está todo normal? —preguntó él, acariciando la mano de ella con su dedo pulgar.


—No. Sólo tienes una pupila en cada ojo —dijo ella, esbozando una temblorosa sonrisa. Le brillaban los ojos.


—Aprecio tu buena voluntad para quedarte esta noche, para cuidar de Valentina y de mí —dijo, respirando el aroma de ella. Si no dejaba que ella se marchara en aquel momento, quizá no quisiera que se marchara nunca—. Ya es casi media noche. Como has visto, no tengo ningún daño. Puedes marcharte a casa, Paula.


Aquello era lo último que él quería. 

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