miércoles, 31 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 60

«Hacer cosas que te hagan feliz, porque, aunque yo no pueda darte la felicidad, todavía no puedo dejarte ir».


—Me encantaría visitarlas —Paula le recolocó la férula con manos diestras. Al incorporarse, asintió—: Voy a llamarlas. ¿Prefieres que quede algún día en especial?


—Cuando te vaya mejor.


—Te seguiré entreteniendo mientras estemos aquí —siempre tan responsable, pasara lo que pasara—. Tú tienes que cumplir con tu parte y no hacer trabajo de oficina. Podemos hacer un montón de cosas: Ir al cine, al teatro, alguna excursión…


Cosas que podían haber sido románticas, y que Pedro sabía que se quedarían grabadas en su memoria.


—Hace años que no voy al cine.


Fueron a una película de acción y humor. La oscuridad permitió a Paula liberarse de parte del estrés que arrastraba. Rió a carcajadas y gritó en los momentos de tensión, aferrándose al brazo de Pedro, que soltó en cuanto encendieron las luces. Él lo recordaba en aquel momento, mientras descansaban en unas hamacas en la borda de un barco. Hacía años que no veía Melbourne desde el agua, y le dió lástima que la excursión fuera a terminar pronto. Cada vez le costaba más imaginar la vida sin ella. Ya ni siquiera sabía qué quería. Sólo era consciente de necesitar su presencia, de querer saciarse de ella, de que necesitaba tenerla cerca. A primera hora había comprado entradas para el teatro. Paula fue a visitar a sus hermanas por la tarde y volvió con una bolsa. Después de picar algo, ella desapareció en su dormitorio. Cuando salió, se volvió a mirarla y se quedó boquiabierto. Llevaba un vestido largo azul verdoso, que se ceñía a su cuerpo y desplegaba una falda con vuelo desde la cintura hasta los talones. Calzaba unas sandalias de tacón alto y cubría sus hombros, uno de los cuales quedaba al descubierto, con un echarpe de hilo de plata.


—¡Dios mío! —exclamó Pedro—. Estás preciosa. Debería haber pedido un coche con chofer. 


—Gracias, lo ha diseñado Bella —dijo Paula con una mezcla de timidez y placer. Luego rió—. Pero recuerda que sigo siendo tu empleada y un taxi es más que suficiente para mí.


Pedro no estaba convencido, pero la siguió sin protestar. No podía apartar los ojos de ella, de su perfecta figura, de la curva de su cuello, de la forma en que el echarpe se le deslizaba hacia el hueco del codo… Soph abrió la puerta del taxi y giró la cabeza.


—Pedro, ¿Estás bien?


—Sí, claro —dijo él, aunque no estaba seguro—. Vámonos.


Aunque no le cabía la menor duda de que la obra había sido magnífica, Pedro no pudo dejar de pensar en Paula durante toda la sesión.


—¿Una copa? —sugirió al salir a la calle.


El resto del público se agolpaba a su alrededor y Paula, frunciendo el ceño, sacó los codos como una mamá gallina para evitar que empujaran a Pedro.


—Nadie va a hacerme daño, Paula —dijo él, emocionándose de una manera que lo desconcertó. La tomó del brazo y tiró de ella con el único pensamiento de besarla.


—Tu tobillo… Tu brazo —balbuceó ella.


Pedro sabía que quería mucho más que un beso. 

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