viernes, 2 de febrero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 61

 —Vayamos a casa —dijo con voz ronca—. Quiero tenerte donde nadie pueda vernos para poder quitarte ese precioso vestido.


—No. Hemos quedado en que… —Paula parecía asustada y anhelante a un tiempo. Mecánicamente alzó la mano y la posó en el brazo de Pedro.


Su mirada reflejaba el mismo deseo y frustración que sentía él.


—Paula —Pedro se pegó a ella. Sólo estaban ellos dos. Nada más importaba.


—¿Pedro…? ¡Qué alegría! —la voz de su madrastra deshizo el hechizo—. No te había reconocido —el rostro de Lucrecia se iluminó, pero su sonrisa se fue apagando al observar el rostro de Pedro y Paula—. Lo siento —dijo finalmente—. Los he interrumpido. Me voy con mis amigos; están esperando en el vestíbulo.


—Es un placer verte, Lucrecia —la detuvo Paula—. No has interrumpido nada. Estábamos esperando un taxi —suspiró y esquivó la mirada de Grey al añadir—: Ha sido un día muy largo y es hora de que nos retiremos.


Él frunció el ceño. Notó que Paula había retirado la mano de su brazo. Una vez más, había perdido todo control, y ella le había salvado. Lucrecia se mordió el labio antes de añadir:


—No hacía falta que pagaras el helicóptero, Pedro.


—Lo sé —dijo él. Saliendo de su ensimismamiento, miró a Lucrecia y por primera vez desde su infancia, le tomó la mano y se la apretó afectuosamente—. ¿Qué tal estás, Lucrecia? ¿Eres feliz? Sé que amabas a mi padre, pero puede que algún día conozcas a alguien y…


Los ojos de Lucrecia se humedecieron.


—Las tres le quisimos, Pedro. Puede que la gente encuentre extraño que seamos amigas, pero lo somos. Ojalá hubiéramos sido capaces de incluirte, pero tú siempre has actuado como si prefirieras estar al margen y que te dejáramos en paz —suspiró profundamente—. Siento haberte fallado. Pedro, lo siento de verdad.


Paula volvió a posar la mano en el brazo de Pedro y éste supo que las palabras de Lucrecia la habían emocionado. Probablemente sentía lástima por ella y él aceptó la parte de culpa que le correspondía.


—Supongo que siempre he actuado a la defensiva. Pero hay tiempo de cambiar las cosas.


—¿Entre todos? ¿Silvia y Diana…?


—Sí, entre todos —Pedro carraspeó. 


Lucrecia sonrió y sus ojos chispearon de alegría.


—Gracias, Pedro. Creo que hablo en nombre de las tres si digo que estaremos tan cerca de ti como tú nos quieras.


Y al concluir, se perdió entre la gente.


Pedro se volvió hacia Paula y vió que lo miraba con ternura.


—Sabía que te amaban —dijo con una sonrisa temblorosa—. Lo sabía desde el principio, y que tú también las amabas a ellas.


Pedro asintió porque estaba sin palabras. No podía negar que le agradaba pensar en un futuro más amigable con sus madrastras, incluso en la posibilidad de estrechar lazos con cada una de ella. 

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