Lara tomó aire y se echó hacia atrás en la silla.
-Pedro, podrías echar un vistazo a ver si viene mi pastel de manzana. ¡Me muero de hambre!
-Aún no -contestó él un poco sorprendido ante el repentino cambio de tema.
-Bien. Paula, ¿Podrías ocuparte tú un poco? Tengo que ir a hacer pis antes de que llegue mi pastel.
Paula se levantó amablemente para dejar salir a Lara.
-Gracias, preciosa -dijo ésta y se dirigió al lavabo.
Paula se sentó de nuevo con movimientos deliberadamente lentos contando los segundos que faltaban para la vuelta de Lara.
-¿No resulta agotadora? -dijo Pedro.
«Si hablamos de Lara estamos a salvo».
-Es muy entusiasta e imaginativa y los clientes la adoran. Probablemente acabaré trabajando para ella algún día.
Pedro hizo entonces una pausa durante la cual su cerebro no dejó de trabajar.
-Te ha llamado preciosa. Macarena y Pablo también te llaman así. ¿Te hacen ese cumplido habitualmente?
-No lo considero un cumplido. Mi padre solía llamarme así desde pequeña y un buen día cuando conocí a Pablo y llamó preciosa a Macarena yo respondí automáticamente en su lugar. Hace un par de años, en una fiesta en navidad, la gente del trabajo oyó que Pablo me llamaba así y desde entonces ellos también lo hacen.
-Te sienta perfectamente -dijo Pedro con una sonrisa.
-Por favor -dijo ella con tono de burla mirando por encima del hombro a ver si volvía Lara.
Finalmente tras unos incómodos segundos, Pedro cambió de tema.
-¿Es cierto que hiciste lo que ha dicho Lara? ¿Ayer a mediodía?
-Digamos que sí aunque ella hace que todo parezca mucho más divertido de lo que fue en realidad. No fue más que un simple cambio de nombre y te aseguro que las hemos pasado mucho peores.
-Ya estás otra vez subestimándote.
-Bien -rió ella-. Estuve brillante. Salvé la situación.
-Eso está mucho mejor.
-Pero sólo hago mi trabajo. Trato de hacer que las cosas parezcan fáciles mientras el cliente se relaja y finalmente se lleva los honores. «Mira y aprende, chaval. Esta fiesta te va a dejar sin palabras».
-¿Te imaginas formar tu propia empresa? -dijo Pedro, que se había apoyado sobre el respaldo de la silla y la miraba con los brazos cruzados.
-Me encanta lo que hago y si fuera la dueña no podría hacerlo porque tendría que concentrarme en las finanzas y las nóminas y ese tipo de cosas. Me gusta jugar con el dinero de otras personas.
-Pero podrías tener más tiempo libre si quisieras.
-Supongo que sí -contestó ella-, pero sería decididamente más difícil pagar mi casa si pasara el tiempo de crucero en crucero.
-¿Tienes tu propia casa? -preguntó él.
-Todavía faltan algunos años para que pueda disfrutar de tal distinción.
-Ya veo. Pero, si tus circunstancias cambiaran, podrías dejar de trabajar -añadió Pedro con sus ojos color avellana fijos en los de ella.
-Supongo que sí.
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