miércoles, 28 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 50

Desde que lo había visto rodeado de equipaje luchando contra el viento helado en la acera de la calle había perdido la cabeza por él. Su visión le había provocado un deseo incontenible que ella trataba de proyectar sobre otro, erróneamente. Sabía sin duda que su búsqueda de marido había terminado desde que comenzó. Pedro dejó las copas sobre la mesa de cristal, desenrolló las servilletas dentro de las cuales estaban los cubiertos y retiró el pequeño jarrón con flores silvestres para que no entorpecieran en el centro. «No puede ser amor. Apenas lo conozco, pero puedes conocer a alguien mucho y no amarlo, entonces ¿Por qué no puede ocurrir lo contrario? Pero él no es el tipo de hombre que se casa y así lo ha dicho desde el principio. ¿Recuerdas? Y tu teoría del marido perfecto no incluía perder la cabeza por un hombre así, preocupado sólo de sí mismo, superficial e interesado». Pero no sabía qué le hacía pensar así de él. El hombre que tenía delante era un hombre seguro de sí mismo pero sobre todo era protector y generoso, amable y considerado. Iba descalzo y estaba cocinando... Para ella. El contenido de la sartén chisporroteó y Pedro regresó corriendo a la cocina a apagar el fuego. Tomó dos platos y sirvió dos generosas porciones de la sabrosa cena.


-No más excusas, ¿De acuerdo? -dijo Pedro.


Paula hizo todo lo posible por componer su gesto como si la revelación no significara nada.


-He hecho suficiente comida para dos y tú no tienes otros planes. Ya estás aquí y puedes traer la botella de vino a la mesa. Deja en el suelo ese pesado maletín y dame la mano.


Paula había conseguido desconectar y había decidido pasar una velada perfecta. «Está bien. Como tú digas».


Paula terminó el último bocado. Hacía rato que se había quitado la chaqueta pero incluso sólo con su camisa sin mangas estaba cómoda en el salón con la chimenea encendida.


-Delicioso -dijo Paula limpiándose los labios con la servilleta y dejándola en la mesa.


-Hmmm. Sí, delicioso -añadió Pedro.


Pedro se echó hacia atrás en la silla y se puso las manos sobre el estómago, con una sonrisa satisfecha iluminando su hermoso rostro y a Paula le pareció muy sencillo creer que él estaba pensando lo mismo que ella, que era realmente delicioso estar allí sentados los dos juntos.


-¿Dónde aprendiste a cocinar así?


Pedro se llevó a los labios el vino y tragó el bocado.


-Me fui de casa a los dieciséis años así que tuve que aprender a cocinar para no comer sólo comida enlatada y pan de molde.


-¿Dieciséis años? ¿Y te sentías preparado para enfrentarte al mundo con esa edad?


-Estaba decidido a ser alguien, a ganar dinero y conservarlo, y nunca quedarme con las ganas de nada.


-Mi mayor ambición a esa edad era volver loco a mi padre fugándome para casarme con Tomás Cox, el chico más guapo de clase -apuntó Paula.


-Supongo que algunas cosas nunca cambian.


Pedro sonrió y Paula se sonrojó pero pensó que merecía la pena pasar un momento incómodo por ver aquellos hoyuelos.

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