Sopa del día y ensalada porque lo servirían rápido y lo comería rápido también. Además, no creía que pudiera comer nada más fuerte. Pedro pidió entrantes y filete.
-Muy, muy hecho por ambos lados.
-Deberías comerlo crudo. Es mucho más sano -dijo Paula mirando al camarero y esperando que Pedro cambiara de idea pero en vez de ello le dirigió una de sus enigmáticas miradas y Paula se calló.
Paula dió un sorbo a su bebida y pidió a continuación un enorme trozo de pastel de manzana con helado.
-El azúcar me estimula - explicó.
Pedro se rió en voz alta.
-¿Qué tal todo, Lara?
-Muy bien, Pedro. ¿Y tú?
-Muy bien -contestó él.
-Si han terminado ya -dijo Paula-, hablemos de la fiesta -se detuvo al ver que Pedro la miraba simulando estar atemorizado.
-Me prometiste que no tendría que elegir entre bronce y peltre. - Pero...
-No hay peros. Puedes seguir las notas si quieres pero tenéis carta blanca.
Sonaba perfecto, en teoría, pero Paula sabía que no había forma de agradar a un cliente sin ceder en ciertas cosas. Y era obvio que Lara presentía el mismo desastre pero sacó el contrato y se lo entregó a Pedro.
-Te ruego que le eches un vistazo, lo rellenes con tus datos y la fecha de la fiesta y lo firmes -dijo Lara.
Pedro hizo lo que le pedía y entonces Paula firmó junto a su nombre. Lara aplaudió emocionada al tiempo que recogía el contrato y lo guardaba en su maletín rosa-. Carta blanca -dijo a continuación Lara-. Mis dos palabras favoritas.
Pedro volvió a reírse y Paula sintió que su cuerpo se contraía en respuesta al contagioso sonido.
-Entonces, Pedro -dijo Lara-, ya que no podemos hablar de los detalles de la fiesta, dime por qué le dijiste a Paula que no te tirara la bebida encima.
-Bueno, sabía que esperaba a mi hermana y no quería que se pusiera histérica.
-¿Paula histérica? -dijo Lara con tono de burla-. Paula no se alteraante nada.
-¿De verdad?
-Te lo aseguro. Ayer sin ir más lejos, durante la comida con aquellos exiliados ingleses que celebraban una cena británico-australiana; habíamos pasado tres días con el cliente tratando de cerrar todos los detalles, incluso habíamos impreso unas preciosas tarjetas para numerar las mesas. ¿Verdad que eran preciosas, Paula?
-Lo eran, Lara -contestó Paula lanzándole a Pedro una sonrisa de disculpa a la que respondió con un breve guiño antes de volver su atención hacia la joven.
Paula sintió un escalofrío recorriéndole la piel del rostro y se llevó la mano a la mejilla.
-El caso es que en el último momento el cliente se dió cuenta de que Juan estaba en la mesa número tres y Mónica en la cuatro, ambas en la fila delantera, a idéntica distancia del estrado, pero Juan estaba sentado en una mesa superior en número, y aquello fue un cataclismo. El cliente estaba dispuesto a anular la reunión pero en ese momento entró la señorita Paciencia que tengo a mi lado y dijo: «Cambiaremos la denominación de las mesas, en vez de números, utilizaremos nombres de ciudades británicas». Y a continuación
Paula metió la mano en su maletín «Mágico» y sacó papel y rotulador negro. A los pocos minutos de la llegada de los invitados el salón estalló en una confusión de gritos entusiasmados al reconocer los nombres de las ciudades que tanto amaban y echaban de menos. Incluso Juan y Mónica se abrazaban con los ojos cerrados de la emoción.
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