viernes, 9 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 6

Un hombre de un metro noventa de alto vestido con un esmoquin que cubría un atlético cuerpo. El pelo perfectamente arreglado y el hermoso rostro la cegaron por un instante evitando que recordara que había visto antes a ese hombre. ¡Era el mismo bruto con quien había tropezado en la calle el día anterior! Todos sus sentidos se pusieron alerta. Aquel hombre irradiaba carisma, confianza en sí mismo y una férrea compostura. Una combinación brutal de atributos que habrían hecho temblar a cualquier mujer. Pero Paula no era cualquier mujer. Ella tenía una teoría infalible y tenía a Pablo para mantenerla informada de ese tipo. Sólo que él no estaba allí para ayudarla.


-Disculpe pero éste es el lavabo de señoras -dijo ella sujetando el bolso delante del pecho a modo de escudo.


-En realidad no lo es -dijo él al tiempo que señalaba unas puertas en el otro extremo de la habitación que Paula ni siquiera había visto-. Por ahí se va a los lavabos. Esta es una sala común.


-Ah -dijo ella.


«Está bien. Se marchará hacia el lavabo de caballeros y echaré a correr». Pero no se movió. Tras unos incómodos segundos Paula miró hacia él y vió que se había apoyado contra la pared y la estaba mirando. Observaba con un gesto divertido en la mirada su peinado perfecto, su rostro, ruborizado bajo el efecto de la intensa mirada, su cuello y sus hombros y Paula deseó tener un chal para poder cubrirse. Se dió cuenta entonces de que el escrutinio continuaba hacia sus piernas, visibles a través de la abertura del vestido. Sólo unas finas medias de cristal las cubrían pero dejaban a la vista la rojez del arañazo que se había hecho el día anterior cuando se tropezó con él y cayó a la acera. Cambió de postura y trató de cubrirse la herida. El gesto no pasó desapercibido para el hombre que sonrió con dulzura dejando a la vista unos dientes resplandecientes y unos hoyuelos inolvidables. «Fuerza, Paula. Sé fuerte». Lo único que esperaba era que aquella sonrisa no significara que la había reconocido. 


Era ella. Tenía que serlo. Era la mujer del maletín y el fuerte carácter. Llevaba un atuendo tan diferente que habría sido difícil reconocerla pero el cabello oscuro y reluciente, los hermosos ojos azules y la elegancia natural de sus movimientos habían pasado por su cabeza tantas veces en el día anterior que había empezado a creer que aquella mujer sólo había sido una ilusión provocada por los efectos del jet lag. Pero era real y menuda suerte el haberla encontrado en el lugar al que había ido buscando refugio envuelta en tan precioso papel de regalo. Pedro se acercó para presentarse. Pero entonces se detuvo. Ella también lo había reconocido; podía verlo en su cara y no parecía muy contenta. Habían chocado más que conocerse, pero eso lo hacía más interesante. Sin embargo, en vez de reírse del incidente y empezar de nuevo, ella pretendía pasar desapercibida. Y a pesar de todos sus esfuerzos, aquella demostración de timidez la hacía relucir como una piedra preciosa entre los cojines aterciopelados. Así es que tal vez no era el mejor momento para presentarse. Tal vez fuera mejor disfrutar con la confusión reinante y juguetear un poco más.

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