viernes, 16 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 22

 -¿Y aquella gran carpa blanca? Allí tienes que dar tu discurso de agradecimiento.


-Oh -dijo él.


Paula estudió al hombre en busca de señales de embriaguez. Estaba sudando un poco pero no era de extrañar en aquel lugar cerrado. Estaba erguido y su discurso era comprensible.


-Sugiero que dejemos que Carlos se termine su limonada -dijo Pedro-, y después podemos ir todos a escuchar sus palabras. ¿Qué dice, señorita Chaves?


Paula lo miró llena de asombro mientras una amplia sonrisa se instalaba en el rostro de Pedro.


-Me parece justo -dijo Paula haciéndole un gesto de agradecimiento casi imperceptible.


-Vamos entonces -dijo el coronel terminando de un sorbo el contenido de su vaso.


Paula se giró hacia el grupo. La atemorizaba pasar a través de aquel sudoroso montón de hombres con camisa blanca y corbata, y justo entonces la voz de Pedro retumbó a sus espaldas.


-Abran paso, señores. El coronel va a pasar.


Todos asintieron y dejaron libre el camino por el que el coronel con la cabeza bien erguida comenzó a caminar hacia la puerta. Paula sintió que una cálida mano se posaba en su espalda invitándola a seguir al anciano. Ésta se volvió y se encontró con un Pedro que le hacía una gentil reverencia al tiempo que acercaba su rostro al de ella.


-¿Vamos, señorita Chaves? -preguntó retirando la mano de la espalda y ofreciéndole el brazo en su lugar. 


Ella lo miró a los ojos buscando la trampa. Desafortunadamente, eran inescrutables. Finalmente, aceptó el brazo. Podía notar el músculo fuerte que se ocultaba bajo la tela de la chaqueta y la sensación le pareció embriagadora, ardiente y de todo punto censurable. Afortunadamente la conciencia de lo placentero del contacto no duró mucho porque alguien la pisó y al girarse para pedirle disculpas sus vasos chocaron y el contenido se derramó sobre su vestido. Paula dió un salto hacia atrás y se agarró al brazo de Pedro con las dos manos. Éste respondió de forma inmediata poniéndole una mano protectora por encima y el gesto tierno pareció calmarla un poco. Sentía claustrofobia en aquel ambiente, por eso cerró los ojos y se dejó guiar hasta fuera. Sólo abrió los ojos cuando notó los rayos de sol sobre su cara. Inspiró profundamente incluso sintió un ligero escalofrío al notar el aire fresco. Se volvió hacia Pedro para agradecerle lo que había hecho pero éste estaba hablando con dos de sus hombres y señalaban hacia la carrera en la pista tres que acababa de comenzar. Y supo que ninguno la escucharía hasta que hubiera terminado. Las dos primeras carreras las habían ganado los favoritos y Paula no esperaba que hubiera diferencia en la tercera. Permaneció en silencio mientras los galgos enfilaban el último tramo y, de pronto, la multitud se puso en pie al unísono y los hombres que iban con ella empezaron a dar gritos de alegría, agitando sus boletos de apuestas en alto. El favorito, Fito, iba una cabeza por detrás y la posibilidad de una derrota inesperada mantenía tenía a todos en vilo.

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