miércoles, 21 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 33

 -Y ante la boda inminente de tu hermana, supongo que estará muy contenta.


-Lo está -contestó él bajando la guardia durante un segundo. 


Paula pudo comprobar el afecto que sentía por su hermana. Su cara estaba resplandeciente y estaba encantador. Aquello era un fallo en su teoría. Se suponía que aquel tipo no debía tener lazos afectivos. Podía dedicar todo su tiempo y esfuerzo a su empresa, incluso ser un enamorado de su coche, pero se suponía que no debía haber ternura en su interior. Aunque si lo pensaba bien, su teoría podía seguir estando vigente, sólo tenía que hacer una ligera modificación: Los familiares directos no se podían considerar «Lazos afectivos», era lo normal.


-¿Y tus empleados se alegran de tenerte de vuelta? -continuó. 


Aunque eso signifique que tengan que trabajar de verdad, olvidarse de las largas sobremesas, y de las masajistas de las que alardea siempre Pablo.


-¿Bromeas? Ésa es la razón por la que he vuelto -contestó él acariciándose el cuello-. Llevo un tiempo con un dolor de cervicales...


-Seguro.


-¿Entonces has vuelto para quedarte? -preguntó Paula sin poder contenerse. Se sentía realmente cómoda con aquella conversación.


Los ojos de Pedro perdieron el brillo mientras la observaba durante unos breves pero agónicos momentos. Paula había dejado hasta de respirar mientras aguardaba la respuesta.


-De momento.


Ella asintió aunque la angustia que sintiera no se hubiera aliviado ni un ápice. Pedro cambió de conversación al momento para aligerar la tensión. Hablaron de la galería y, sorprendentemente, él demostró saber bastante del artista. Incluso poseía una de sus magníficas litografías. Paula se pasó una vez más la mano bajo el puente de sus pies doloridos.


-Un día largo, ¿Eh?


-Una semana larga.


-Demasiadas salidas nocturnas, creo.


-Estoy de acuerdo contigo -contestó ella sin mirarlo.


-Tal vez deberías parar un poco. 


-Tal vez.


A Paula se le había acelerado el pulso. El significado ¿Acaso estaría pidiéndole que no saliera con otros hombres? 


-¿Qué me dices si...? -comenzó Pedro, pero no acabó la frase. «¿Qué me dices si qué?» o -dijo  -Una cena. Mañana por la noche. Solos tú y yo, dijo Pedro revolviéndose en el asiento y poniendo su mano sobre la de ella-. Nada de ataduras. Es sólo una cena.


Paula sentía los dedos juguetones de Pedro acariciando los suyos, haciendo que una ola de calor ardiente le recorriera el cuerpo entero. Entonces el hombre le sonrió. «Valor, Paula. Una sonrisa no es más que dientes, labios y músculos. Nada más».


-No te pediré que me laves los pies al final de la velada, a menos claro que sientas la necesidad de hacerlo...


Paula liberó su mano. Ella si quería atarse, a continuación se puso en pie tratando de alejarse del potente magnetismo del hombre.


-Nunca es sólo una cena, Pedro, y no debería serlo.


-Pero...


-Pero ya sabes cuáles son mis planes a largo plazo. Quiero un marido y tú ni siquiera puedes decirme si te vas a quedar en el país una semana más, así que supongo que el matrimonio no estará en tu agenda.


Pedro palideció ante la respuesta.

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