viernes, 16 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 24

Paula adelantó a Jacob un poco antes de llegar a la valla que separaba al público de la pista. Pedro buscó al resto de su grupo y los vió encaramándose sobre la valla y empujó a Paula en su dirección pero ésta lo sujetó para que no continuase; entonces lo miró con una sonrisa reluciente y sin más se escurrió sin esfuerzo a través del agujero de la valla que había pasado desapercibido para los otros. Pedro la miró asombrado y rápidamente la siguió. Una vez dentro del recinto él quedó atónito. A su alrededor había montones de mesas de cristal y del techo colgaban enormes lámparas. Se habían colocado radiadores en sitios estratégicos por todo el recinto, y las paredes estaban cubiertas de hiedra trepadora por entre la que asomaban tímidas margaritas y narcisos blancos. Era como un vergel en medio de la neblina y el barro de fuera. Miró los rostros de la gente que iba entrando, muchos familiares, algunos famosos, pero todos riendo y bebiendo y disfrutando; todos llevaban puestas botas amarillas de goma. Se volvió entonces hacia Paula que lo miraba con una mueca de satisfacción.


-Estoy impresionado.


-¿Y tus pies? -preguntó ella.


Pedro bajó la vista y tuvo que admitir que sus zapatos estaban empapados.


-Un desastre. Tengo empapados hasta los calcetines.


Paula hizo una señal apenas perceptible a alguien por detrás de Pedro y en unos segundos un camarero llegó cargado con un par de botas y unos calcetines de algodón secos.


-¿Tengo que hacerlo?


-¿Qué crees?


Por respuesta, Pedro tomó las botas y acercó una silla para sentarse. Le dió los zapatos estropeados al camarero y éste le entregó un resguardo del guardarropa.


-Así -dijo Paula-. Ya eres uno de los nuestros.


Paula se giró para darle algunas instrucciones a un joven que llevaba un cuaderno en las manos. Parecía una mujer eficiente a la que le gustaba tener el control de la situación. Y entonces se dio cuenta: Estaba feliz porque él había hecho lo que ella quería que hiciera. Pedro se puso tenso disgustado por la sensación de que lo controlaran. Él era un hombre libre al que nada ni nadie podía atarlo. Ya había vivido una vez sujeto a las necesidades y deseos de otra persona y no quería pasar por ello de nuevo. Pero ahí detuvo el curso de sus pensamientos. «Relájate. Es sólo un par de botas. Sólo por hoy. Puedes obedecer los deseos de otro por una tarde sin que signifique que tengas que hacerlo toda la vida». Toda la vida. Recordó entonces que ella sí estaba buscando marido para toda la vida y había convencido a Pablo para que la ayudara. Pero no entendía por qué. Era una mujer preciosa, delgada, con curvas y una mata de pelo liso oscuro en el que daban ganas de hundir los dedos. Y sabía que aquellas piernas eran largas, esbeltas y suaves aunque en ese momento estuvieran medio ocultas por aquellas ridículas botas amarillas.

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