viernes, 9 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 8

Pedro Alfonso entró en el despacho del director general a primera hora del lunes. Desde el sábado algo había estado dándole vueltas en la cabeza. Sin dudarlo, Pablo se levantó de su escritorio y lo rodeó para acercarse y abrazar a su viejo amigo. Le dio unos golpecitos en la espalda como para asegurarse de que no se lo estaba imaginando.


-Aún no puedo creer que hayas vuelto. Y menuda entrada. Entraste pavoneándote en la pelea de la otra noche, con toda la calma del mundo, como si nunca te hubieras ido. ¿Efectos del jet lag otra vez?


-Bastante. Había olvidado lo frío y seco que es el aire de Melbourne. Te golpea en cuanto bajas del avión. Pero no me importa, nunca me acostumbré del todo a la humedad de Nueva Orleáns.


-Bien, eso significa que en el corazón sigues siendo australiano de Melbourne.


-O tal vez signifique que tenga que probar con San Francisco la próxima vez -contestó Pedro encogiendo los hombros y sentándose en el sillón de cuero que había junto al escritorio de Pablo.


-Conocí a tu cita la otra noche en la pelea.


-Así que has conocido a la segunda mujer de mi vida -dijo Pablo con una amplia sonrisa.


Pedro lo miró con los ojos entreabiertos pensando en sus palabras, y en ese momento Pablo rompió a reír.


-No me mires así, Alf. Es la mejor amiga de Macarena. Mi pobre esposa apenas puede subir las escaleras, mucho menos aguantar una función como la de la otra noche en un club nocturno, así que llevé a Paula.


-¿Y cómo es? -preguntó Pedro que se sentía infinitamente aliviado.


-Ya la conoces. Es bajita, rubia, embarazada –dijo Pablo buscando su cartera-. Puedo enseñarte una foto.


-Me refería a Paula, y lo sabes.

-Ah, Paula -Pablo se guardó la cartera.


-¿Se llevan bien? -preguntó Pedro.


-Tanto que me ha metido en un lío para que le encuentre al hombre perfecto.


-¿De veras? -preguntó Pedro sorprendido. No le había parecido el tipo de mujer que necesitara una cita ciegas, pero ya que él estaba en la ciudad...


-No sólo un hombre -continuó Pablo sacudiendo la cabeza y sonriendo comprensivo-, sino un marido.


Una cita a ciegas era una cosa... No hacía más que un par de días que había regresado y ya se había cruzado dos veces con la misma mujer, y las dos veces había quedado profundamente impresionado. Pero acababa de encontrar el bálsamo para aquella quemazón: Buscaba marido. De pronto, San Francisco le parecía la mejor idea.


-No está mal, ¿No crees? -preguntó Pablo con un brillo en los ojos.


-Sí -contestó Pedro si eso era todo lo que se le ocurría para describir unos increíbles ojos azules y unas piernas kilométricas.


-¿Te dijo si le había gustado la pelea?


-Nos conocimos justo antes de que empezara, en realidad, pero eso no le impidió decir lo que pensaba nada bueno por cierto, de la pelea y de mi empresa e general.


-Muy típico de Paula. ¿Te... Presentaste? -preguntó Pablo que parecía buscar las palabras con cuidado-. ¿Sabía quién eras cuando habló contigo?

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