lunes, 5 de febrero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 72

Pedro esbozó una sonrisa.


—Creo que te amo desde el primer día, pero no quise admitirlo —se puso de rodillas y la atrajo hacia sí—. Te dejé ir cuando debía haberte retenido. Sé que estoy lejos de ser perfecto y que no te merezco, pero te necesito.


—No estás tan lejos de la perfección —dijo ella sin llegar a aceptar que estuviera hablando en serio.


Pedro sacudió la cabeza.


—Estoy enamorado de tí, Pau. Quiero casarme contigo, que tengamos hijos… —suspiró—. No tuve un buen modelo de padre, pero si tú me ayudas, estoy seguro de poder aprender.


Paula estaba desconcertada. Adoraba a Pedro, que él la amara y quisiera comprometerse la volvía loca de felicidad. Sin embargo, también la aterrorizaba.


—¿Pau? —Pedro esperaba una respuesta.


—Te amo —dijo ella finalmente. 


Y sin saber cómo, estaba en brazos de Pedro. Pero en lugar de besarlo, lo miró a los ojos y aceptó lo que llevaba años negando: Que toda su vida había buscado excusas para no comprometerse porque temía amar demasiado a alguien y arriesgarse a perderlo.


—Creía que me había marchado porque no podías amarme —había resultado tan fácil culparle a él—, y en parte era verdad, pero ahora que me has dicho que me amas, tengo que aprender a confiar y creer que puede ser un sentimiento duradero.


Pedro le acarició el cabello.


—Yo no soy como tus padres, Paula. Nunca te abandonaré.


Preferiría morir antes que hacerle daño. Paula lo miro a los ojos y supo que no mentía. También ellos dos eran muy distintos, pero ella adoraba cada diferencia que los hacía complementarios.


—Te amo, Pedro. Quiero estar contigo para el resto de mi vida — suspiró—. Y quiero que me ayudes a confiar en que tu también me amas.


—Pau —susurró él—. Y la besó. 


Cuando separaron sus rostros, Pedro vió que Paula miraba hacia la cesta y la acercó a ellos con una mano.


—No hay comida dentro. Era mi caja de sorpresas por si no te convencía.


—Veo que lo has planeado todo —en ese momento, Paula se dió cuenta de por qué sus hermanas no habían contestado al teléfono—. ¡Hasta te has confabulado con mis hermanas! Vamos, dime qué hay en la cesta.


Pedro levantó la tapa y, sacando un libro voluminoso, se lo pasó. Paula leyó en alto:


—«El gran libro de la cocina imaginativa». ¡Hay que ver lo que pesa!


—Lo compré para demostrarte que me encanta tu cocina —y con añadida ternura, Pedro siguió—: Quiero que hagamos todas las recetas.


—Y yo también —para evitar echarse a llorar de emoción, Paula suspiró profundamente—. ¿Hay algo más?


—Sí —Pedro le pasó un libro sobre la cría de conejos—. Creo que Simba también se merece la oportunidad de formar una familia, así que debemos estar preparados.


Los ojos de Paula se humedecieron. Pedro sacó unos frascos con aceites exóticos.


—Para el incensario —explicó—. Así perfumaremos el aire del baño, del comedor, de cualquier sitio en el que hagamos el amor. También tengo aceite de masaje. Quiero que me des muchos masajes y que me toques todo el cuerpo.


—Yo… Yo también —balbuceó Paula sintiendo un cosquilleo. Miró a Pedro y supo que tenían una vida por delante para hacer el amor, para reír y para enfrentarse juntos a cualquier dificultad que se presentara—. ¡Te amo tanto…!


Pedro contuvo el aliento y sacó un último objeto de la cesta. Se trataba de una tarjeta de la joyería de Fernando, el cuñado de Paula. Ella la miró como si no comprendiera. Los ojos de él adquirieron un tono más oscuro de lo habitual. Carraspeó.


—Creo que deberíamos comprar los anillos de compromiso en Monticelli. He preferido esperar a que los eligiéramos juntos.


Dejó la tarjeta sobre los libros y tomó la mano de Paula. 


—Quiero que tengas una boda excepcional y que luzcas una sortija de diamantes que refleje todos los colores que sueles llevar. Quiero que vayas de azul y de rojo y que te tiñas el pelo de naranja para la boda.


Las lágrimas rodaron finalmente por las mejillas de Paula.


—¡Oh, Pedro!


—Has traído colorido y belleza a mi vida —dijo él, secándole el rostro a besos—. Pero antes de la boda quiero que el mundo entero sepa que estamos prometidos.


Sólo entonces Paula asimiló el significado real de todo lo que Pedro acababa de decir y abrió los ojos desmesuradamente. Él continuó:


—¿Quieres casarte conmigo, Paula? Es lo que debía haberte preguntado desde el principio —sonrió con tristeza—. Por favor, sácame de esta zozobra y dí que sí.


—Sí, sí. Quiero casarme contigo —susurró ella. Y él la abrazó.


Apartaron los libros y se tumbaron. Pedro salpicó su rostro de besos y rieron a carcajadas hasta que se quedaron quietos, mirándose con todo el amor que sentían el uno por el otro.


—Puede que ocasionalmente gruña —dijo Pedro, forzando una voz grave—. ¡Vuelve a decirme que sí!


—Tú gruñirás, y yo seguiré sin saber a qué quiero dedicarme, probando distintas cosas… Y puede que no lo hayas notado, pero suelo conseguir lo que me propongo.


Sonrió al ver la expresión divertida de Pedro. Luego se puso seria.


—Sí, Pedro. Lo diré tantas veces como quieras oírlo —dejó que el amor que sentía por él inundara su alma y su corazón y se reflejara en su mirada—: Sí, sí, sí. 







FIN

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