lunes, 5 de febrero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 68

 —Ni yo —dijo Bella—. Pero podemos intentarlo a través de un abogado. Si no responden en un par de semanas, lo olvidaremos.


Y seguirían con sus vidas.


Paula retiró el té y fregó las tazas. Aquella última decisión le había hecho sentir algo mejor. Cuando salían, Carla sonrió.


—A Iván le va a dar rabia haberse perdido esto —bromeó.


—Fernando montará en cólera —dijo Bella—. Será mejor que se lo cuente cuando Valentina ya se haya acostado.


Se despidieron con un abrazo y Paula se quedó a solas con Pedro, el otro problema al que debía enfrentarse.


—Llamaré a un taxi —dijo—. En cuanto hable con mi casera, podemos marcharnos.


Pedro asintió y la acompañó a tranquilizar a su casera. El taxi no tardó en llegar.


—Estoy deseando que nos traigan los coches —comentó ella a la vez que subían.


—Había olvidado decirte que llegarán mañana mismo —Pedro la miró—. También traerán el resto de nuestras cosas. No quería que las echaras en falta.


—Has sido muy amable —dijo ella con un hilo de voz.


—Paula… —Pedro intentó tomarle la mano, pero ella sacudió la cabeza.


—No tienes que preocuparte por mí, Pedro —superaría su desamor igual que había superado el de sus padres—. Estoy bien, de verdad.


Miró por la ventanilla para que no viera las lágrimas que inundaban sus ojos, y para evitar mirar al hombre al que amaba y al que pronto dejaría. Se marcharía en cuanto llegara su coche. Al día siguiente. Con la barbilla alta.


Cuando llegaron a casa, Pedro le lanzó una mirada de frustración y desapareció. Ella suspiró y fue a la cocina, decidida a permanecer ocupada. Él volvió, le dió a Simba y le acarició el brazo antes de dejar caer la mano.


—Tu fuerza y tu generosidad me admiran. Ojalá estuviera a tu altura.


Paula abrazó a Simba, encontrando consuelo en su calor y suavidad. 


—Tú te has abierto a Lucrecia…


—Sí —dijo Pedro. Pero los dos sabían que no se refería a su relación con sus madrastras.


—Los dos hemos aprendido mucho desde que nos conocimos —ella había aprendido que era imposible negar el amor aun cuando no fuera correspondido—. Tengo que preparar la cena —dejó a Simba en el suelo y abrió el frigorífico—. Tengo hambre, ¿Tú no? Supongo que ahora que puedes volver al trabajo, querrás ir al despacho a ponerte al día mientras yo cocino.


Más que una sugerencia era una súplica y Paula rezó para que Pedro la cumpliera. Era la única manera de evitar echarse en sus brazos y rogarle que la amara.


—Está bien, me voy —dijo él a regañadientes. Y salió.


Paula se esmeró en la preparación de la cena sin querer pensar en que se trataba de una de las últimas comidas que compartirían. 

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