miércoles, 28 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 46

No había tenido opción. Tenía que pasar a su lado para llegar a su oficina, así que caminó con decisión aunque le temblaran las rodillas al ir acercándose a él incapaz de retirar la mirada y ¡Bum! Todavía no sabía cómo habían podido chocar. Ambos caminaban en dirección al otro, las miradas fijas, y lo normal hubiera sido que en los últimos momentos uno de los dos hubiera dejado pasar al otro pero ninguno lo hizo. Avergonzada al verse por los suelos y por el hecho de que le había estado devorando con los ojos, el hechizo que segundos antes parecía cubrirla se había roto en pedazos. Paula ahuyentó el molesto recuerdo de su cabeza. No era provechoso para su futura relación profesional seguir pensando en ello y tampoco tenía sentido seguir soñando con alguien tan inalcanzable. Era hora de seguir el consejo que ella misma le había dado a Pedro y fingir que no había ocurrido. Veinte minutos después estaba delante de un edificio de cinco pisos de departamentos en Puerto Melbourne. Y apretó el botón del intercomunicador del ático, nada menos. La calle estaba a rebosar de gente joven que se dirigía a los pubs y restaurantes de moda al borde del agua. Tras un minuto la voz de Pedro respondió. 


-¿Paula?


-Sí -contestó ella. 


-Sube.


La puerta se abrió y Paula entró al cálido interior. Se acercó al guarda de seguridad y éste comprobó su nombre en la lista que tenía y a continuación le indicó el camino al ascensor. Mientras subía, se fue preparando para ver el aspecto del mundo privado de Pedro. Si la casa de un hombre era su refugio, estaba deseando ver lo que el apartamento de Jacob decía de él. Las puertas se abrieron al llegar al último piso y un suave aroma a salsa de soja y miel junto con las notas de jazz la guió hacia el interior del ático. Había pensado que su casa era bastante atractiva pero aquello era otra cosa. El departamento de Pedro no era austero ni intimidatorio, no puramente masculino, sino cálido y bien decorado; aspecto diáfano, suelos de tarima clara, luces de ambiente estratégicamente colocadas y elegantes muebles de líneas puras. La impoluta cocina de acero inoxidable a la derecha, a la izquierda un enorme salón con chimenea sobre la cual colgaban dos grabados de cantantes de jazz americanos que ocupaban el lugar de honor de la estancia. Una trompeta dorada era el único adorno que había sobre la repisa de la chimenea. Sobre una tarima que se elevaba unos centímetros del suelo estaba la parte reservada al comedor. Allí las paredes habían dado paso a unos amplios ventanales del suelo al techo a través de los cuales podían contemplarse las luces de la ciudad que empezaban a encenderse a la caída del sol.


-¿Hola? ¿Hay alguien en casa?


Pedro asomó la cabeza por una puerta en el extremo más alejado de la cocina.


-Hay bebida en la cocina. Saldré en un segundo -y su cabeza desapareció de nuevo.

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