viernes, 16 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 25

No había parado de atraer miradas curiosas desde que había entrado y antes, sus propios hombres se habían peleado para que les dedicara una sonrisa. Pedro observó a una pareja muy bien vestida que hablaba de ella al otro lado de la tienda y sintió una urgente necesidad de acercarse a ella para protegerla de aquellas miradas escrutadoras. Paula debió ver que la estaba mirando porque le hizo un gesto con una mano para decirle que sólo tardaría un momento. Su rostro era abierto y estaba sonriendo. A medida que la miraba aquel rostro se le fue haciendo más familiar y Pedro se sintió realmente a gusto. Finalmente ella se acercó y se derrumbó en una silla junto a él. Allí, lejos de las bebidas y de los hombres sudorosos, el aroma de jazmín emanó libremente de ella. Y se estremeció. Aquello era un problema. Debería salir de allí, volver con sus colegas, volver a la oficina, volver al otro lado del planeta. Debería pero no podía hacerlo, aún.


-Eres una trabajadora nata, señorita Chaves -dijo con tono agradable.


-Todo sea por el bien del canódromo -contestó ella.


-Y por las arcas de Séptimo Cielo.


-Me temo que esta vez no es así.


-¿Estás haciendo todo esto por nada?


-No me entiendas mal. Yo no voy a pagar todo esto. Los gastos se pagarán con lo que se saque de las apuestas.


-¿Y tú no verás ni un céntimo? -Pedro no podía creerlo.


-Eres un incrédulo, señor Alfonso.


-¿Por qué?


-Los encargados de recaudar fondos hacen ya suficiente durante todo el año para que este lugar siga funcionando. Si me llevara el porcentaje que suelo por mi trabajo no les quedaría nada.


-¿Pero por qué aquí? Antes me dijiste que nunca apuestas. ¿Tanto te gustan los galgos?


-En absoluto -contestó ella haciendo una mueca-. Ver a esos pobres animales muertos de hambre persiguiendo a una liebre no es de mi gusto. En realidad lo hago por el coronel.


-¿Por qué lo conoces tan bien?


Paula abrió la boca para responder pero se lo pensó mejor. Echó un vistazo a su alrededor buscando una razón o tal vez una excusa para cambiar de tema, y pareció relajarse mucho cuando vió que el coronel se acercaba a ellos.


-¡Mi querida Paula! -dijo el hombre con los brazos abiertos.


Ella se puso de pie y le dió un abrazo. Pedro sintió una incómoda punzada en el pecho ante el súbito cambio que se había producido en ella. Con él era la típica mujer urbana, moderna y segura de sí, pero con la persona adecuada florecía hasta convertirse en una criatura completamente distinta. Sus sonrisas eran más dulces, más suaves, con una capacidad para agradar que parecía salir sin esfuerzo.

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