lunes, 4 de marzo de 2024

El Elegido: Capítulo 51

 -¿Lo hiciste por tus padres? Éstos normalmente provocan fuertes reacciones en los adolescentes. Lo que me motivó fue el deseo de no acabar como ellos. Bueno, no como mi padre, para ser más exactos.


-Cuéntame más -lo animó ella inclinándose hacia delante y apoyó la barbilla en la mano-. «Cuéntamelo todo».


-Cuando era adolescente gastaba todo el dinero en bebida. Una vez pillé a mi pobre madre buscando en los bolsillos de la chaqueta de mi padre dinero suelto para pagar al lechero. Y cuando ella murió, él apenas salía de casa; y más tarde sólo iba al bar. Así es que cuando cumplí dieciséis me fui.


-No lo sabía, Pedro. No pretendía ahondar en...


-No pasa nada. Nunca he ocultado mis comienzos humildes. De hecho, existen documentos que lo afirman «El niño pobre se hace rico».


-¿Era alcohólico? -preguntó Paula mirando la copa medio vacía de Pedro.


-Posiblemente -contestó él agitando la copa-, aunque siempre lo consideré un hombre sin personalidad que se dejaba llevar más que un adicto. Estar borracho era una buena excusa para no tomar decisiones.


-¿Y ése ha sido el motor en tu vida?


-Absolutamente. Era el ejemplo perfecto del fracaso así que tenía que tomar la vida por los cuernos. No tiene sentido quedarse anclado a un solo proyecto. Hay que correr riesgos para obtener recompensa, y enfrentarse a un nuevo reto.


Parecía hablar en serio pero a Paula le sonó a discurso que hubiera dicho mil veces hasta aprenderlo de memoria, y le rompió el corazón. Había conocido a un hombre que también había vivido siguiendo esa teoría y lo único que había hecho había sido daño a aquellos que más lo querían.


-¿Y Luciana? -preguntó Paula con suavidad-. ¿Es más joven que tú?


Pedro bajó la vista a la mesa pero Paula pudo ver un sentimiento de culpa reflejado en sus ojos color avellana.


-Sólo tenía doce años. Nos escribimos durante un tiempo y me decía que no era feliz, pero en aquel momento creía que era más importante ganar dinero para asegurarnos un futuro -Pedro dió un largo sorbo de vino-. Unos años después volví a casa, con dinero y experiencia, sin resentimiento por mi padre. O eso creía. Cuando entré en casa ví que la mitad de los muebles había desaparecido, una pila de ropa para planchar cubría el sofá y a Luciana en el fregadero. Sólo habían pasado cuatro años pero había envejecido tanto que apenas la reconocí. Vestía harapos y se notaba que ella misma se había cortado el pelo. Mi hermosa hermanita se había esfumado y en su lugar estaba aquella miserable chica.


-Pedro -susurró Paula y se llevó un dedo a los labios temblorosos. «¿Qué he hecho?»

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