miércoles, 6 de marzo de 2024

El Elegido: Capítulo 59

Pedro apagó las luces de la cocina y sólo dejó encendidas las que iluminaban el saco de boxeo. Se había puesto pantalones y zapatillas de deporte y se estaba poniendo esparadrapo alrededor de las muñecas. Pero por primera vez desde que había hecho instalar el saco no tenía energía ni ganas de golpearlo. Solía utilizarlo para mitigar las frustraciones pero después de haber escuchado las escogidas palabras de Paula, la dolorosa sensación de injusticia que había tenido en la boca del estómago durante tanto tiempo, se había calmado. Dió unos cuantos saltos alrededor del saco mientras estiraba el cuello y los hombros y dió unos puñetazos de calentamiento. Pero de pronto apareció ante él la imagen de ella con la mirada asustada mientras él golpeaba ligeramente el saco. No podía evitar preguntarse por qué Paula odiaba tanto el boxeo. Era cierto que muchas mujeres decían que les disgustaba aquel deporte porque eso era lo que se esperaba de ellas, pero él estaba seguro de que ella sentía un disgusto sincero.


Él se había abierto a ella y le había contado más cosas sobre su vida de lo que jamás le habría contado a una simple «Amiga de un amigo» y sin embargo ella no le había dicho una palabra de su pasado. Y Pedro se sintió decepcionado por ello, o tal vez decepcionado por haber estado tan inmerso en su propia miseria que no había sido capaz de pensar que ella pudiera tener también alguna honda tristeza que compartir. Decidió que tenía que averiguarlo, no porque tuviera interés en ella, por supuesto, sino porque simplemente se lo debía. Ella lo había ayudado más de lo que podría imaginar y quería devolverle el favor. ¿Pero a quién quería engañar? Le interesaba, más y más cada vez. Era una mujer cautivadora, y la verdad era que ya no podía apartar las manos de ella cuando estaban cerca. Y luego estaba aquel aroma suyo que le recordaba a las manzanas en el verano, y aquella mata de pelo suave y reluciente. Pero ¿para qué? Por muy atraídos que se sintieran el uno hacia el otro, ella buscaba algo que él no podía darle aunque después de haber probado las delicias que Paula podía ofrecer, algo le decía que no podía dejarla escapar. Se estaba haciendo adicto a ella.Estaba colgado de ella. «¿Y qué importa que esté buscando marido? ¿Por qué no puedo compartir mi tiempo con ella hasta que lo encuentre? Sé que podemos pasarlo muy bien juntos hasta que su príncipe azul aparezca». Pero sabía también que cada día que pasaba deseaba que aquel «Príncipe azul» no apareciera nunca.



Paula conducía por la calle que corría junto al mar. Por mucho que intentaba concentrarse en la carretera no podía quitarse de la cabeza la imagen de Pedro; el hombre que disfrutaba corriendo riesgos y no deseaba echar raíces tenía en el cajón superior de su cómoda todos los calcetines perfectamente ordenados por color y tejido.

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