miércoles, 27 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 12

Pedro esbozó una sonrisa, disfrutando al pensar que se echaría atrás después de media hora caminando por una selva infestada de insectos y vida salvaje. Estaba seguro de que tras su primer encuentro con las numerosas especies animales del Amazonas dejaría de fingir. Pero, por el momento, lo dejaría estar. Porque si no lo hacía, Serena sería una bala perdida, una bomba de relojería en Río de Janeiro. De aquel modo tendría que admitir la derrota y se marcharía por decisión propia. Tendría preparado un helicóptero para sacarla de allí y llevarla al aeropuerto.


—Es seguro si vas con un guía experto que conozca la zona.


—¿Y tú eres ese guía?


—Llevo años visitando las tribus y explorando el Amazonas. No podrías estar en mejores manos.


La expresión de Pedro dejaba claro que no confiaba en él y Pedro sonrió mientras arqueaba una ceja.


—Puedes negarte, depende de tí.


—Y si digo que no, seguro que tú mismo me llevarás al aeropuerto. Pero si lo hago y demuestro que estoy comprometida con mi trabajo, ¿Dejarás que ocupe el puesto que vine a cubrir?


La sonrisa de Pedro desapareció. De nuevo experimentó esa punzada de admiración, pero intentó aplastarla.


—Como estoy seguro de que no aguantarás dos horas en la selva, no tiene sentido hablar de ello. Solo estás retrasando tu inevitable regreso a casa.


Ella levantó la barbilla en un gesto orgulloso.


—Hará falta algo más que una excursión por la selva para que me eche atrás, Alfonso.




Aunque hacía un calor bochornoso, aún era de noche cuando Paula salió del coche en el aeródromo privado doce horas después. Lo primero que vió fue la alta figura de Luca metiendo cosas en una avioneta y, de inmediato, tuvo que armarse de valor.  Él apenas la miró mientras llegaba a su lado junto al chófer, que llevaba una mochila en la mano. Pero cuando su oscura mirada se clavó en ella el corazón de Serena se aceleró.


—¿Has pagado la factura del hotel?


«Buenos días para tí también», pensó ella, enfadada consigo misma al notar que le temblaban las piernas.


—Mi maleta está en el coche.


Pedro intercambió unas palabras con el conductor mientras tomaba su mochila y la metía en la avioneta.


—Se quedará en mi oficina hasta que vuelvas.


La evidente implicación era que volvería ella sola, por supuesto.


—No voy a irme antes de tiempo —anunció, intentando no dejarse amedrentar.


Pedro la miró de arriba abajo. Llevaba la ropa que le había entregado el conductor: Un pantalón ligero, un chaleco sin mangas bajo una camisa de color caqui y botas de senderismo. El atuendo era parecido al que llevaba él, salvo que su ropa parecía usada y no podía esconder los impresionantes músculos. 

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