lunes, 15 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 24

 —Pedro tiene antecedentes familiares que indican que debe cuidarse. En este momento su tensión es muy alta y presenta algunos otros síntomas que sugieren que está excediéndose —el médico añadió algunos comentarios sobre la cabezonería de Pedro—. Yo lo traje al mundo, ¿Sabe? Y le puedo asegurar que ha sido así de testarudo desde que nació.


—Puedo imaginarlo —dijo Paula, que sentía que su tensión arterial subía por minutos. 


—Ha mencionado que es su ayudante —dijo él con preocupación—. ¿Eso significa que está trabajando?


—Sí, y mucho —lo bastante como para poner en riesgo su salud—. He intentado que bajara el ritmo, pero…


—Le envíe al campo para que rompiera completamente con el trabajo —interrumpió el médico, impaciente—. Ya he hablado con él de eso.


—Comprendo —dijo Paula al tiempo que se veía a sí misma contribuyendo a que Pedro enfermara porque él había decidió ocultar una información primordial sobre su estado de salud.


Su silencio le había impedido ocuparse de él adecuadamente.


—Mi jefe llegará a la cita, doctor —¿Su voz sonaba algo irritable? De ser así, sería porque reflejaba su estado de ánimo—. Le ruego que le pregunte cómo reparte su tiempo entre el trabajo y el descanso. Será una conversación muy productiva.


Paula acabó la conversación con el encantador y amable médico. No era su culpa que su jefe quisiera jugar con su salud. Subió las escaleras enérgicamente, sintiendo cómo su furia se incrementaba con cada escalón.


—Buenos días. ¿Han llamado por teléfono? —la voz grave y aterciopelada de Pedro llegó desde la puerta de su dormitorio.


Paula alzó la mirada y se quedó paralizada. Con el torso desnudo, el cabello alborotado y los ojos hinchados por el sueño, la miraba con curiosidad, y ella fue súbitamente consciente de que sólo llevaba una camiseta de tirantes y unos pantalones de pijama de flores, y de que su cabello era una maraña. Volvió a fijarse en él, en la amplitud de su torso, en el suave vello que lo cubría en la imagen de hombre recién salido de la cama que presentaba, y pensó que hasta sus pies eran atractivos. ¡Sus pies! ¡A ella nunca le habían interesado los pies! ¡Debía de estar tan enfadada que pensaba las cosas más absurdas!


—No deberías caminar sin la férula —dijo, airada—. ¿Dónde está?


—En el dormitorio —dijo él. Abrió la puerta de par en par sin apartar la mirada de Paula—. No me has dicho quién ha llamado.


Era la rabia lo que hacía que la sangre le hirviera. No tenía nada que ver con la proximidad de Pedro. Pasó de largo, tomó la férula y, señalando la cama, ordenó: 


—Siéntate.


Sólo alzó la mirada hacia él cuando ajustó la férula y tras asegurarse de que tenerlo tan cerca, tan desnudo, no la alteraba en lo más mínimo. Nada. 

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