miércoles, 31 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 58

Pedro no dejó de maldecirse mientras se arreglaba. La única buena noticia era que Paula no hubiera decidido marcharse. No sabía cómo iba a soportar estar con ella sin sus pequeñas caricias, sin tocarla, pero él era el único responsable de encontrarse en aquella situación. Debía haber ejercido más control sobre sí mismo. Evitar lo que había pasado la noche anterior. «¿Y perder la oportunidad de poseerla, de tenerla en tus brazos?». No. No se lo hubiera perdido por nada del mundo. Pero en el fondo, ella tenía razón. Era mejor acabar con aquello antes de que cualquiera de los dos albergara expectativas inalcanzables. Mientras hablaba con la autoridad local para informarse del las consecuencia de la tormenta, que resultaron ser muy serias, Pedro oyó un helicóptero aterrizar en el jardín. Lucrecia y el piloto bajaron. Su madrastra llevaba botas de agua con un traje de chaqueta y un elegante sombrero. En cualquier otra ocasión, la incongruencia de su aspecto lo habría hecho reír; en aquel momento, se limitó a decir al oficial que estaba al otro lado del teléfono:


—Acaba de llegar el Séptimo de Caballería.


Colgó y miró a Paula, sentada en el ángulo opuesto del salón. Habían pasado así la mañana. Manteniendo la distancia física y actuando como si su relación profesional no se hubiera visto afectada. Se miraban y evitaban tocarse. Y Pedro trataba de ignorar un dolor en el pecho que se le habría aliviado con sólo estrecharla en sus brazos.


—¿La Caballería? —preguntó ella.


La propia Lucrecia respondió:



—¡Hola! ¿Hay alguien en casa? —llamó, tamborileando los dedos sobre la puerta. 


Pedro acudió a abrir. Su madrastra le dió un sentido abrazo.


—¡Estábamos tan preocupadas al enterarnos de las terribles tormentas! —se separó de él para mirarle a la cara—. Cuando han dicho que la región se había quedado aislada, hemos decidido organizar el rescate. Como he dicho que yo pagaría el helicóptero, me han tenido que dejar venir a mí.


—Ya pagaré yo —dijo Pedro. No pretendía haber sido tan severo con sus madrastras al pedirles que ajustaran sus gastos.


—No, cariño. Ha sido mi idea —dijo Lucrecia, animada. Luego miró hacia atrás—. Permíteme que te presente a nuestro piloto. Quiere que nos movamos con celeridad.


El piloto, un hombre de unos cincuenta años de aspecto competente, dijo:


—Lo mejor sería partir en media hora. Preferiría volar antes de que comience a llover de nuevo.


—No tardaremos en prepararnos.


En unos minutos, habían recogido su equipaje, cerraban la casa y subían al helicóptero. Pedro llevaba una bolsa al hombro, otra en la mano y la escayola cubierta con varias bolsas de plástico porque Paula había insistido en protegerla de toda humedad y él no había querido discutir con ella. Sólo cuando estuvieron sentados en el interior del helicóptero y la miró, vió la tensión que crispaba su rostro. Llevaba a Simba en el regazo y los dos parecían desvalidos y vulnerables.


—Dame a Simba —dijo él. Y sin esperar respuesta, lo tomó—. Estará seguro bajo mi jersey.


—Gracias —Paula parecía a punto de echarse a llorar y Pedro sintió que el corazón se le encogía.

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